Lugar: La Gomera. Lunes, 10 de julio de 2023. 23:59 (hora insular)
Un click seco, mecánico y definitivo al pulsar la tecla Enter marcó el inicio de todo.
Desde el gran ventanal de su habitación, en lo alto de San Sebastián, observó cómo las luces comenzaban a apagarse en cadena. Primero, las farolas de la carretera principal. Luego, las pequeñas casas del poblado. Más tarde, el puerto. Todo se sumió en una oscuridad densa, artificial, cuidadosamente provocada. El silencio que acompañó al apagón fue aún más inquietante. No se oyeron motores, ni radios, ni tan siquiera el murmullo de los pájaros.
Durante 27 segundos, La Gomera se convirtió en una isla oculta, desconectada por completo del mundo.
Y él lo había causado con unas pocas líneas de código.
En ese momento, lo vivió como una victoria. Pero cometió dos errores imperdonables para alguien que pretendía permanecer en las sombras. Incomprensiblemente, eligió el día de su decimosexto cumpleaños y su ciudad natal para iniciar su carrera delictiva. Esa nefasta alianza marcaría el comienzo de su persecución.
Al día siguiente, los periódicos hablaron de un fallo técnico en la subestación principal. Un transformador, decían unos. Un cortocircuito, especulaban otros. Nadie, ni siquiera el más paranoico, mencionó la palabra «ciberataque». Aun así, el Centro Nacional de Inteligencia activó sus protocolos de ciberseguridad.
Él supo que lo buscaban por los cambios sutiles en los sistemas, por pequeñas alteraciones en los tiempos de respuesta y, sobre todo, por la aparición de huellas de vigilancia digital. Nuevas direcciones IP intentaban rastrear sus últimos movimientos mientras él dejaba pistas falsas que apuntaban a hackers rusos o israelíes.
Para desviar las sospechas, orquestó una serie de pequeños apagones por todo el archipiélago. Cortes breves, caídas de tensión, todos con explicaciones técnicas plausibles. Tenerife. El Hierro. La Palma. Ninguno conectable con el incidente de La Gomera. Aprendió rápidamente; jamás volvería a ejecutar un ataque tan personal ni tan próximo.
Pero todo tenía un propósito.
Durante los dos años siguientes, construyó su infraestructura desde cero. Un ordenador de última generación, tres monitores, sistemas redundantes, redes cifradas, túneles de acceso encubiertos. Se formó en foros ocultos, devorando manuales prohibidos y siguiendo vulnerabilidades en tiempo real.
Las noches fueron su laboratorio y el teclado, su arma perfecta.
Y entonces, llegó el momento.
Lugar: Deep Web. Lunes, 28 de abril de 2025. 12:33 h (hora peninsular)Una oleada de comandos se propagó por la red eléctrica nacional y, uno a uno, los nodos fueron cayendo. Desde Galicia hasta Andalucía. Portugal se apagó. El sur de Francia titubeó… y luego, toda España se sumió en la penumbra.
El caos fue inmediato. Pero él no buscaba el caos.
Mientras unas pantallas quedaban negras, otras mostraban gráficas en movimiento. Líneas rojas, verdes, puntos que subían y bajaban. Su verdadero objetivo era el mercado bursátil. Llevaba año y medio adquiriendo acciones en sectores clave como energía, transporte y telecomunicaciones. La caída del sistema haría temblar el IBEX 35.
Y justo antes del colapso, vendió.
No todo. Solo lo necesario. En silencio.
En unos milisegundos, inversores de todo el mundo perdieron apenas unos céntimos por acción. Lo justo para pasar desapercibido. Pero, con la reactivación gradual del sistema, sus algoritmos ejecutaron órdenes precisas. Compraron. Vendieron. Reinvirtieron. En cuestión de minutos, su cartera de bitcoins se infló como una burbuja.
Al día siguiente, los titulares hablaron de un “cero energético” sin precedentes. De tormentas solares. De sabotaje extranjero. Nadie pensó en él. Nadie imaginó que aquel apagón era la cobertura de un robo silencioso. El atraco perfecto.
Y mientras los gobiernos reconstruyen sus redes y debaten nuevos protocolos de ciberdefensa, él ya piensa en su próximo golpe.
Objetivo: Índice Nikkei (Japón)
Fecha prevista: lunes, 8 de junio de 2026
«Y esta vez… no cometeré errores.»
Esteban Rebollos (abril, 2025)
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