miércoles, 30 de diciembre de 2020

[ 2' 35'' ] Divisando la meta




Rassul se paró frente a la gran valla publicitaria que anunciaba la "Media Maratón de San Silvestre". Lo que realmente llamó su atención fue la imagen estilizada de un corredor con una puesta de sol de fondo. Por un instante, esa imagen le trasladó a su África subsahariana.

Faltaba una semana para la fecha de la carrera y la inscripción ya se había cerrado unos días antes. De todos modos, no hubiera tenido suficiente dinero para afrontar tal gasto. Decidió participar, aunque solo fuese por el placer de correr.

A su regreso, en el Centro de Acogida, consiguió intercambiar unas zapatillas viejas por un amuleto que había traído de Senegal. Cuando las calzó descubrió que eran varios números mayores de lo que pensaba. Ese inconveniente lo solventó utilizando dos pares de calcetines de lana. Un pantalón corto raído y una camiseta con publicidad completaban su "equipación".

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Ese día de "San Silvestre" resultó ser más frío de lo habitual y, a pesar, de no estar acostumbrado a tan bajas temperaturas, Rassul llegó a la salida sin ninguna prenda de abrigo. Además de estar medio entumecido, aún no estaba seguro de poder participar al no llevar dorsal; le tranquilizó comprobar que no todos los corredores lo portaban.

Tras el disparo de salida, se dio cuenta que sus piernas no respondían como esperaba. Con cada zancada, un dolor punzante atravesaba sus entrañas. Al ver el grupo alejarse, no tuvo más remedio que iniciar la marcha con pasos lentos y cortos. Decidió no perder la calma, olvidar las preocupaciones, correr a su ritmo, inspirando profundamente y espirando con suavidad, dejándose llevar solo por sus propias sensaciones.

Poco a poco, según avanzaba la competición, se sentía mejor. Recordó sus carreras a la salida del colegio. Recordó el calor abrasador en su espalda. Recordó su aldea, tan pobre que tuvo que partir en busca de un futuro mejor. Empezó a entrar en calor y aquellos pinchazos desaparecieron. Fue dejando atrás a los más rezagados y adelantando a quienes corrían solo por diversión. Sin apenas darse cuenta, llegó a los 5 kilómetros, casi un cuarto del total. Ahí, realmente, se vio capaz de lograrlo.

Prosiguió avanzando más rápidamente. Tras pasar por el primer puesto de avituallamiento, repuso líquidos y algo de fuerzas al comer fruta. Se sintió mucho mejor, ya que apenas había comido ese día. Adelantó con facilidad a más participantes. No es que estuviera en plena forma pero su constitución física, al igual que el deportista de la valla publicitaria, era estilizada, puro hueso y nervio, un rasgo común entre los jóvenes de Senegal. ¡Cuánto echaba en falta su tierra natal!

Pronto vio la pancarta de los 10 km. Mentalmente, sopesó sus fuerzas, su respiración seguía siendo regular y acompasada, sus músculos le recordaron que no estaba acostumbrado a correr tanta distancia, pero la dopamina generada por su cuerpo le aportó una cierta sensación de bienestar.

De pronto, se dio cuenta de que ya no sentía dolor, ni cansancio, que estaba centrado, únicamente, en acabar la carrera. Creyó estar acompañado por los amigos que un día se quedaron en medio del mar, camino a España.

Estaba corriendo bajo una lluvia intensa y, concentrado en sus propios pensamientos, olvidó medir el ímpetu de sus zancadas. De pronto, una de sus zapatillas desgastadas resbaló en el empedrado. Su ceja se quebró al dar contra el bordillo de la acera. Se levantó rápidamente mientras un hilo de sangre recorría su mejilla hasta llegar a los labios. A pesar de la herida, no sentía dolor y siguió corriendo.

Los kilómetros empezaron a pasar bajo sus pies cada vez más rápidamente. Adelantó a corredores veteranos y a jóvenes promesas. Cuando apareció la pancarta de los 20 km, supo que llegaría con fuerzas suficientes. Fue, entonces, cuando incrementó la longitud de sus zancadas y el frío desapareció al imaginar que estaba arropado por el calor de su tierra.

Y, así, divisando la meta, el público jaleó a Rassul durante los últimos cien metros. Sus fuerzas se renovaron. Se había olvidado del tiempo, del dolor, de la distancia, del frío, incluso, de sí mismo. Cuando cruzó la meta, únicamente sintió la satisfacción por haberlo conseguido. A pesar de no optar a premio, su esfuerzo se vio ampliamente recompensado.

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Doce años después, Rassul es un reconocido atleta, todo ello, gracias a lo ocurrido un día de Nochevieja.

Esteban Rebollos (Diciembre, 2020)

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