A las dos en punto se cerraron las puertas del banco y diez minutos más tarde, aburrido de tanta espera inútil, el sheriff decidió dar por finalizado el operativo de vigilancia. Nunca una mañana se les había hecho tan larga.
jueves, 31 de diciembre de 2015
[ 2' 00'' ] La apuesta - Serie Maine (VII)
A las dos en punto se cerraron las puertas del banco y diez minutos más tarde, aburrido de tanta espera inútil, el sheriff decidió dar por finalizado el operativo de vigilancia. Nunca una mañana se les había hecho tan larga.
martes, 29 de diciembre de 2015
[ 2' 20'' ] Una segunda oportunidad - Serie Maine (VI)
—De esa no dice nada la Biblia. En esa le rompería las piernas.
Durante los dos primeros años, habían permanecido unidos a pesar de los continuos problemas económicos que tuvieron que soportar, pero la situación se volvió insostenible con la llegada de la pequeña Alexis a la familia.
Al regresar a casa, oliendo a bourbon barato y perfume de otras mujeres, las cosas empeoraban aún más, hasta el punto de que Rachel tuvo que salir huyendo con la pequeña en brazos, en más de una ocasión. Al día siguiente, y tras pedir perdón, las aguas solían volver a su cauce.
Cuando el coche patrulla salió derrapando del aparcamiento de la comisaría, el reloj del salpicadero marcaba las 16:05. Llegaría a tiempo solo si no levantaba el pie del acelerador y el exceso de tráfico en hora punta no se lo impedía. Al menos, siempre tendría la oportunidad de abrirse paso usando la sirena. En apenas cuarenta minutos recorrió el camino hasta el aserradero en donde trabajaba su cuñado.
lunes, 28 de diciembre de 2015
[ 2' 00'' ] Cuestión de color - Serie Maine (V)
Durante la guerra de Vietnam, Neil Tyson sirvió a su país trabajando como cocinero en el USS Forrestal, hasta que fue herido en una pierna por fuego amigo. Tras licenciarse, volvió a Maine donde solo encontró empleo como ayudante de cocina en una vieja cafetería.
domingo, 27 de diciembre de 2015
[ 2' 20'' ] La búsqueda - Serie Maine (IV)
—Sí. No me descubras —respondió él
—Sabía que vendría. ¿Está muerta, verdad?
domingo, 20 de diciembre de 2015
[ 2' 50'' ] Desde la oscuridad
Abro los ojos, inspiro profundamente y los vuelvo a cerrar. A continuación, hago un chasquido con los dedos y el eco de ese minúsculo ruido me informa de lo que tengo alrededor. En mi mente se crea un mapa en donde los objetos aparecen como piezas de un puzzle.
A mi derecha se extiende una gran cristalera, aunque por las numerosas vibraciones provenientes de la sala colindante, me temo que me vigilan a través del típico espejo de sala de interrogatorio. El calor de dos lámparas de tubos fluorescentes se refleja sobre una mesa de seis u ocho plazas y, a excepción de algunas sillas diseminadas por la habitación, no hay más muebles.
De todos modos, lo realmente interesante no es lo que hay, sino quién está observándome en silencio desde el fondo de la sala.
«No creas que no te he visto.»
—Si me está poniendo a prueba, no necesito verle para saber su aspecto. —le suelto, simplemente, para romper el hielo.
—¿Y cuál es mi aspecto, profesor? —me pregunta, infundiendo cierto retintín en su entonación.
—Mide casi dos metros, lleva chaqueta con coderas de cuero y zapatos de tafilete. Y, por cierto, está tomando codeína para calmar el dolor de esa antigua herida en su pierna izquierda. —le respondo tranquilamente con el único propósito de crispar sus nervios.
—Profesor, permítame que me presente. Mi nombre es Edward Clark, agente especial. —Sé que miente pero le dejo continuar.
—He comprobado los excelentes resultados que obtuvo durante los quince años que trabajó para la agencia pero en ninguno de los informes se menciona su faceta de adivino —oigo decir desde la esquina más alejada de la sala.
«Si quieres provocarme, lo has conseguido.»
—¡No se confunda! La adivinación es un arte que dejo para otros. Me falta la vista pero el resto de mis sentidos están más desarrollados. —Hago una pequeña pausa teatral y prosigo diciendo:
—Por cierto, ahora que he escuchado su voz, puedo decirle que nació en Houston, está casado y tiene los ojos azules —el último dato es solo cuestión de probabilidades.
—¿Casado? —pregunta, de lo que deduzco que he acertado con el color de sus ojos.
—Sí, lo delata el roce de la alianza de su mano derecha contra la taza de café caliente.
"Míster Simpatía" se acerca, intentando disimular su cojera, y deposita una voluminosa carpeta sobre la mesa.
—¿Ha oído hablar del secuestro de Stephanie, la pequeña de los Bradford? —pregunta, ya de modo más formal.
—¡Sí, claro! Un caso muy mediático. Once días alejada de su familia y todo el país a la espera de buenas noticias.
Se acerca más y, a esta corta distancia, percibo desde la sutil loción de afeitado hasta la suave fragancia del perfume dejado por su esposa al despedirse esta mañana.
«Donna Karan Black Cashmere. Excelente elección.»
En esta ocasión, el agente coloca una pequeña caja sobre la carpeta, diciendo:
—Aquí tiene la cinta de audio donde indican las instrucciones para la entrega del rescate. Ha sido revisada por nuestro Departamento de Acústica Forense pero no hemos obtenido información relevante. ¿Puede ayudarnos?
—Por supuesto. Eso sí..., necesitaré mi antigua sala 204, una jarra de café bien cargado y unas galletas para mi perro.
<<<<<>>>>>
Largos túneles bajo el edificio federal conectan salas, laboratorios y todo tipo de instalaciones secretas. Dos agentes me acompañan a través de los subterráneos hasta el estudio de sonido en el que yo mismo trabajé durante doce años. Por suerte, aún sigue operativo.
Sentado frente a mi antigua mesa de mezclas manejo los mandos con habilidad, analizo sonogramas, aplico filtros, separo las frecuencias, en definitiva, busco la huella "acústica" del secuestrador. No es el estudio con la tecnología más avanzada pero tiene lo imprescindible. Mientras tanto, acurrucado bajo la silla, mi perro se entretiene comiendo galletas de canela.
Tras casi cuatro horas de arduo trabajo, ya estoy preparado para mostrar mi informe al FBI.
—El secuestrador ha utilizado una cinta magnética, de gran formato, que dejó de fabricarse a finales de los años ochenta. En ella no aparecen distorsiones por el paso del tiempo, no tiene cortes de montaje ni pistas borradas. Estamos hablando de un tipo muy cuidadoso con un sofisticado equipo de grabación.
—Continúe, por favor —me dice el agente, mientras remueve su café.
—Se trata de un hombre blanco, entre 35 y 38 años, de fuerte complexión, seguro de sí mismo y muy acostumbrado a hablar en público. Aunque intenta disimularlo, distingo un ligero acento sureño. Probablemente pasó su juventud en Louisiana y estudió en alguna buena universidad del norte —aclaro, intentando centrar la búsqueda.
—¿Qué ha dicho?... ¡No puede ser! —el agente se pone nervioso, empieza a sudar, transpira codeína y derrama parte del café sobre su camisa.
—Según dice, la tiene encerrada y no creo que vuelva a tener contacto con ella, a no ser que sea para liberarla. Eso me hace pensar que probablemente sea padre —explico con pesadumbre —Quizás el dinero no sea su única motivación, es más, creo que lo hace por venganza. ¡Eso lo vuelve más peligroso!
—¿Está diciendo que el secuestrador conoce a los padres?
—Diría que es un antiguo empleado del señor Bradford; seguramente, un alto ejecutivo despedido de alguna de sus empresas. De ahí, su gran resentimiento.
—¿Qué debemos hacer?
«Recoge y lárgate pronto.»
Tras una breve y distante despedida, despliego mi bastón, señal inequívoca de que nos ponemos en movimiento. Mi perro se levanta, agita el rabo mostrando alegría y se acerca por mi izquierda para que me agarre a su arnés. Cuando me levanto, el agente me interrumpe.
—¡Dígame, profesor! Con la cantidad de medios disponibles, ¿por qué cree que nos envió una cinta de audio prehistórica? —Me pilla desprevenido y necesito algo más que un instante para contestar.
—Quizás no tenga wifi gratis... —yo mismo me sorprendo por dar esta estúpida respuesta a la vez que percibo un ligero cambio en su respiración.
«Has notado mi titubeo. Ahora sé que desconfías de mí.»
<<<<<>>>>>
Basándose en el informe que yo había elaborado, se asignó al caso un ejército de rastreadores, dos psicólogos forenses y un experimentado negociador en secuestros de menores.
Dos días después, y ante la duda de que la niña no apareciese con vida, la familia insistió en pagar los dos millones de dólares del rescate, siempre en contra de los consejos del propio FBI.
Por suerte, a las pocas horas del pago, la pequeña apareció en un centro comercial al sur de New Orleans, disfrutando de un helado y felizmente acompañada por su nueva mascota, un cachorro de labrador de color canela.
<<<<<>>>>>
¿Quién diría que una cinta grabada en esta sala sería tan rentable?
Tras cinco años de espera, no podía desaprovechar la ocasión. Por fin he encontrado el momento idóneo, el empresario adecuado y la familia perfecta. Esta es mi recompensa a tantos años de trabajo.
Siempre pensé que la mejor opción era la más sencilla. Gracias a una simple cinta de audio lo he conseguido; bueno, eso, paciencia y la certeza de que el FBI solo trabaja con los mejores.
Por cierto, nunca imaginé que dos millones de dólares ocupasen tan poco. A pesar de que mis ojos no puedan ver los billetes, mis otros sentidos los disfrutarán plenamente en alguna cálida isla del Pacífico.
"Eso sí, la próxima vez..., pediré cinco."
Esteban Rebollos (Diciembre, 2015)
domingo, 13 de diciembre de 2015
Lo nórdico está de moda
- Hay mañanas que no sé si levantarme o tragarme un bote de pastillas para acabar con todo.
¿Sabes por qué no lo hago? Por ti, porque la gente como tú me necesita.
Estoy esperando por una nueva entrega, que no dudo que la habrá, porque ya lo dicen los refranes:
¡No hay dos sin tres! Ni, ¡Tres sin cuatro!
Actualización (Diciembre, 2016): Efectivamente, el tiempo me ha dado la razón y este año se ha estrenado la tercera parte. "Redención", otra excelente película centrada en el secuestro de niños pertenecientes a una secta. Por supuesto, tanto argumento como fotografía, en la misma línea que las anteriores.
¡Una trilogía altamente recomendable!
Actualización (Diciembre, 2018): Nuevamente edito la entrada, esta vez, para incluir una cuarta película. "Expediente 64", estrenada en octubre y cuyo argumento se adentra en el siempre comprometido campo de los experimentos médicos. Tras la aparición de tres cadáveres momificados, el inspector y su ayudante se verán involucrados en un nuevo caso.
¡Una saga altamente recomendable!
domingo, 6 de diciembre de 2015
¡Sáltate el quinto mandamiento!
Comentario sobre "MATARÉ A MIS VECINAS"
- ¿Qué puedes hacer si tus vecinas te hacen la vida imposible?
- Una de dos: o mudarse o matarlas.
¡Está claro que las soluciones drásticas son las mejores!
sábado, 5 de diciembre de 2015
[ 2' 40'' ] ¡Maldito perro!
Lo que nunca me había pasado, sucedió ese jueves. Mi perro Zar estuvo inquieto toda la noche, corriendo por el pasillo, ladrando sin parar y revolviendo mi ropa; incluso, uno de mis zapatos apareció destrozado bajo la cama. Al acercarme a la puerta de casa, Zar se abalanzó sobre mí; me atacó, clavando sus colmillos en mi brazo, desgarrando la camisa y produciéndome un dolor indescriptible. En ese momento, la sangre empezó a salir a borbotones e intenté pararla con lo que tenía más a mano, como paños de cocina y toallas. Nada de eso funcionó; al final, lo único que cortó la hemorragia fue un torniquete improvisado con una de mis corbatas. Convencido de que la herida requería puntos de sutura, decidí llamar a un taxi para que me llevase al hospital más cercano.
<<<<<>>>>>
Son las 7:20, debería estar en el tren, camino del trabajo y, en vez de eso, estoy en la sala de espera de urgencias en compañía de un par de ancianos medio somnolientos que no paran de toser y una joven drogadicta a la que encontraron inconsciente en mitad del Paseo de la Castellana.
-Buenos días, ¿Qué le ha pasado? -me pregunta la enfermera, mientras me fijo en sus marcadas ojeras.
-Pues, verá, me ha mordido Zar, mi perro. No es agresivo pero esta noche ha estado bastante inquieto -le explico, cordialmente, justo cuando empieza a limpiar mis heridas.
-¿Está vacunado? -me pregunta.
-Sí, las tiene todas -le contesto, totalmente convencido.
-No, no me refiero al perro, me refiero a usted. ¿Ya le han vacunado contra la rabia? -me dice mostrando una pequeña sonrisa en sus labios.
-Pues, no. ¿Es necesario?... -pregunto, mientras empieza a vendar mi brazo.
-Es el protocolo pero, por suerte, no necesita puntos. ¡Espere aquí, por favor! Enseguida le vacunamos. Rellene los papeles del alta y podrá marcharse -me dice, mientras se aleja para ocuparse de otro paciente.
Otra vez tengo que esperar y mi mal humor, en vez de disminuir, aumenta. Me pregunto que hago aquí. Son las 7:40 y ya debería haber llegado a la estación.
-¡Maldito perro!, ¡Ya no le paso ni una más!, ¡En cuanto llegue a casa aviso a la perrera! -susurro para que nadie me oiga.
Aburrido de la espera, mi mente intenta distraerse y, lógicamente, inmerso en esta situación, solo puedo pensar en Zar.
La primera vez que lo vi, me emocioné como un niño. Envuelto en una mantita infantil, ocupaba tan poco que al intentar mecerlo temía que se escurriese de entre mis brazos. Fueron tiempos de biberón, mucho amor, olor a orina y alguna que otra noche en vela.
Después, mientras estaba en la Facultad, Zar fue el que me ayudó. En esas largas noches de estudio, cuando mis ojos se cerraban, el perro gruñía para mantenerme despierto porque sabía que, a eso de las tres de la madrugada, le recompensaba con la mitad de mi sándwich.
Luego llegaron tiempos convulsos para él... y para mí; una boda, dos hijos, un divorcio y, a pesar de que durante unos años dejó de ser el centro de atención, siempre supo ganarse nuestro aprecio; demostró su amor por los niños, protegiendo y cuidando de ellos. ¡Los tres se hicieron inseparables!
Desde la primera vez que lo vi han pasado doce años, ¡toda una vida! Ahora, sus patas apenas soportan su peso y su ceguera avanzada hace que recorrer la casa sea un desafío.
Por desgracia, no recuerdo la última vez que disfrutó de sus carreras por la Casa de Campo y sus largos paseos por El Retiro.
Aquellos tiempos ya han pasado y además, ahora se ha vuelto peligroso. -¡Maldito perro!- Hoy, me ha mordido a mí y otro día puede ser a los niños. Me duele mucho, pero creo que ha llegado el momento de sacrificarlo.
<<<<<>>>>>
Concentrado en mis pensamientos, de repente, el sonido de las alarmas y los teléfonos me sobresaltan. El reloj de la sala de espera marca las 8:10 cuando llegan, en coches particulares y taxis, los primeros heridos; momentos después, son las ambulancias las que traen a los más graves. Observo como los médicos y las enfermeras de las plantas superiores corren por los pasillos a unirse al personal de Urgencias.
Por los altavoces comunican que han habilitado algunas salas del sótano; así, pueden a atender a más víctimas. Decido echar una mano y guiar a aquellos heridos que deambulan desorientados por los pasillos. Los gritos de dolor ensordecen el ambiente mientras los regueros de sangre son la prueba indeleble de su paso por el hospital.
Entre los recién llegados, y a pesar de tener sus rostros manchados de sangre, algunas caras me resultan familiares. Reconozco al ejecutivo que a diario comparte el asiento de tren conmigo, a la pareja de jóvenes enamorados que van juntos a la universidad o a la asistenta que lee fotonovelas durante todo el trayecto hasta la estación de Atocha.
Entonces me doy cuenta, ¡Yo debería ser uno de ellos!
<<<<<>>>>>
Han pasado varios años desde aquel 11 de marzo y acabamos de enterrar a nuestro perro. Desde entonces, lo hemos cuidado con todo nuestro cariño.
«¡Gracias a Zar, mis hijos aún tienen padre!»
Esteban Rebollos (Diciembre, 2015)
En memoria de las personas que aquel día vieron truncada su vida.
En apoyo de aquellos que cumplieron más allá de su deber.