jueves, 18 de abril de 2019

[ 4' 45'' ] La casualidad no existe




Amanda, ¿eres una bruja o una timadora—le preguntó el inspector en su primer encuentro. En aquella ocasión, la pequeña aún no conocía la respuesta.

<<<<<>>>>>

La primera vez que tuvo una visión apenas tenía doce años. No supo explicar a su madre como unas imágenes tan aterradoras se habían apoderado de su mente y una sensación de inquietud le había despertado. Ante la insistencia de la pequeña, la madre decidió llamar a la policía. En menos de veinte minutos, un coche patrulla llegó a las puertas de la casa y dos hombres uniformados se las llevaron para prestar declaración en la comisaría más cercana. Nunca se habían sentido tan avergonzadas ante las miradas inquisitivas de los vecinos. Una vez en presencia del inspector, no pudieron dar una explicación convincente de como la pequeña Amanda conocía el paradero de dos cadáveres en plena Sierra de Madrid, más aún, cuando nadie había alertado sobre su desaparición. Desgraciadamente, tres días después encontraron los cuerpos congelados de dos excursionistas bajo los restos de un alud. A pesar de todo, algunos altos mandos de la policía consideraron el acierto de la niña solo una mera casualidad.

Durante las siguientes semanas, una actividad febril se apoderó de la mente de Amanda; era raro el día que no se despertaba con algún presentimiento. A veces, se frustraba porque las sensaciones percibidas eran tan ambiguas que no sabía interpretarlas y otras, en cambio, lograba dar indicaciones precisas para dirigir una brigada de salvamento en plena noche. Comprobó que con la ayuda de ansiolíticos descansaba mejor y sus predicciones eran más acertadas. Esa fue una época en la que todo formaba parte de un aprendizaje.

Veinte meses después, un aviso al 112 alertaba de la desaparición de un vehículo con tres personas en su interior. Carlos, Inés y su pequeño de dos años, Álex, no habían regresado de una corta escapada de fin de semana. Por aquel entonces, la policía ya había constatado el alto grado de aciertos de Amanda y decidió aprovechar sus habilidades psíquicas para localizar a la familia lo antes posible. Para ello, le mostraron algunas prendas de vestir y juguetes del pequeño que se encontraban en casa de los abuelos. La policía pretendía "acelerar" el proceso de localización. Como era de esperar, esa misma noche, Amanda entró rápidamente en un duermevela propicio para sus visiones y así, reveló que el coche se había precipitado por un barranco en Despeñaperros, tras salirse en una curva. Efectivamente, unas horas más tarde, hallaron el vehículo oculto bajo arbustos y maleza. Allí encontraron el cuerpo malherido de Álex junto a sus padres, medio moribundos. Por suerte, aunque con graves lesiones, todos consiguieron salir con vida de ese terrible accidente. Se había abierto una nueva vía de colaboración en la búsqueda de personas desaparecidas.

Por desgracia, algunas visiones llegaban demasiado tarde, cuando la víctima había perecido; esto dejaba una sensación agridulce en Amanda. Por una parte se entremezclaba el dolor por no haber podido salvar esa vida, con el hecho reconfortante de que los familiares recuperaran el cuerpo para darle, al menos, un digno final. En cambio, cuando averiguaba el paradero de una víctima que aún seguía viva, una sensación de bienestar la envolvía, la adrenalina recorría su cuerpo, y, como si de una droga se tratase, la motivaba más para seguir empleando sus habilidades.

<<<<<>>>>>

¡Ayúdame a salir de aquí! —oyó decir. Aunque estaba convencida de haberlo soñado, el grito de la chica le pareció real y lo suficientemente intenso como para despertarla. Amanda descolgó el teléfono y marcó el número al que tantas noches había llamado.

¿Inspector? La chica está en un pozo, rodeada de aceite. Muy cerca del lugar de la desaparición. Dense prisa. Aún está viva. —y colgó. Esas fueron sus únicas palabras; no dio opción a que el inspector Álvarez le hiciera una pregunta. Sabía por experiencia que cualquier otra información en esos momentos era superflua y un pequeño comentario podía entorpecer en la investigación. Amanda se vistió a sabiendas de que ya no volvería a retomar el sueño y, como en ocasiones anteriores, se dirigió caminando hacia la comisaría.

Atendiendo a la presión social por conocer todos los entresijos de la noticia, se decidió habilitar el pabellón municipal de deportes de Las Rozas para dar una rueda de prensa. Al día siguiente, decenas de medios de comunicación se concentraron para atender a las explicaciones de la policía sobre la liberación de una chica, secuestrada la semana anterior, en ese mismo barrio. A las dos de la tarde, los informativos de todas las cadenas conectaron en directo con la improvisada sala de comunicaciones.

En los televisores de toda España aparecían el subdirector general del Cuerpo Nacional de Policía y el delegado del Gobierno en Madrid sentados en el centro de la mesa, mientras que al verdadero cerebro de la operación, le relegaron a uno de los extremos. Eso no era lo que más enojaba a Amanda, sino que tras media hora dando explicaciones sobre el asalto a una nave industrial por parte de un grupo de operaciones especiales, la captura de los secuestradores y la posterior liberación de la joven, no habían agradecido la colaboración del inspector. Al menos, respetaron la voluntad de Amanda de mantenerse en el anonimato, básicamente, porque las estadísticas mostraban un increíble 94% de casos resueltos desde que contaban con su ayuda.

Amanda, sentada a escasa distancia de un televisor de cuarenta pulgadas y enfadada por el trato mostrado hacia su amigo, posó la mano sobre la pantalla y arrastró sus dedos hasta pararse sobre el demacrado rostro del inspector Álvarez. Por un instante creyó notar una sensación desconocida hasta entonces; quizás experimentaba ese sentimiento llamado "amor", aunque pronto comprendió que se trataba únicamente de una ilusión.

"¡Estáis en peligro! ¡Salid de ahí!". Una notificación en forma de luz parpadeante junto con un corto pitido alertaron de la llegada de un aviso. El inspector Álvarez volteó su móvil, leyó atentamente el mensaje y desenfundó su pistola bajo la mesa.

De pronto, uno de los reporteros de la primera fila dejó caer su micrófono, abrió su chaqueta y mostró lo que era, sin duda alguna, un chaleco explosivo. El terrorista gritó algo en un idioma irreconocible, pero, fuese lo que fuese, no tuvo tiempo de acabar la frase. El inspector Álvarez alzó su arma, apuntó a la cabeza del individuo y realizó un disparo certero. Su cuerpo cayó de espaldas sobre el resto de los periodistas.

Tras unos segundos de desconcierto, un tímido aplauso, iniciado con titubeo desde una de las últimas filas, se convirtió en una gran ovación en apoyo de la rápida respuesta del inspector. Los destellos de las cámaras fotográficas inmortalizaron el momento y los titulares de los principales diarios del día siguiente se centraron en una sola noticia, la heroica actuación del inspector Ernesto Álvarez.

<<<<<>>>>>

En la puerta, un letrero recuerda que el nuevo subdirector general del Cuerpo Nacional de Policía es aquel inspector Álvarez. Lo primero que llama la atención al entrar en el despacho es un gran retrato de Amanda sobre la vitrina de las medallas; esta es la manera de darle las gracias por su ayuda, no solo por salvar su vida, ni por influir en su meteórico ascenso sino por continuar con la misión de encontrar personas desaparecidas.

Amanda también tiene su propio despacho, mucho más modesto y, por supuesto, bien lejos de la comisaría. Ahora, vive en un bonito chalet con vistas a Navacerrada para sentir el fresco aire de la sierra. A pesar de la lejanía, siempre está conectada al teléfono del subdirector general.

En las paredes de su despacho no hay retratos, ni medallas, ni diplomas que le recuerden quién es. En esas paredes despobladas solo destaca un cartel con un texto motivador: «La casualidad no existe», en clara alusión a la labor que realiza con sus premoniciones.

Diez años después de aquel primer encuentro, Amanda Ochoa y Ernesto Álvarez siguen en contacto. Ella pasa habitualmente por las dependencias policiales, pero ahora, en calidad de "asesora" del Centro Nacional de Desaparecidos, un eufemismo para no reconocer que se trata de una vidente al servicio de la policía. Aquellos que pensaron que sus logros eran cuestión de suerte, ya han cambiado de opinión.

Efectivamente, diez años después, ambos conocen la respuesta a aquella primera pregunta.


Esteban Rebollos (Abril, 2019)


No hay comentarios: