domingo, 5 de septiembre de 2021

Los crímenes del St. Paul´s

 



Los crímenes del St. Paul´s


—1— El problema
Aunque ya había sido expulsada de clase en más de una docena de ocasiones, tener que recogerla en comisaría había colmado la paciencia de su padre. Desde hacía unos meses su familia se planteaba, no solo cambiarla de colegio sino, incluso, de Estado.
Las reiteradas visitas a prestigiosos psicólogos no habían tenido el resultado esperado y, ahora, todos creían que la muerte de su madre solo era una excusa recurrente para hacer todo lo que le viniese en gana.
En plena campaña electoral no era el mejor momento para preocuparse por una adolescente descarriada pero sabía que si no ponía remedio a esta situación, en unos meses, la habría perdido para siempre.
—¿Imposible? ¡Nada es imposible! Va siendo hora que en ese colegio algo cambie. ¡O eso, o te envío a la puta calle! ¡Tú decides!
Colgó el teléfono, dejando al rector con la palabra en la boca. A partir de ese momento, quedó claro que el St. Paul's no volvería a ser lo que había sido antaño.
Beth recibió la noticia del cambio de colegio como una oportunidad de evitar el férreo control que suponía convivir con su familia. De un golpe, se libraría de un padre siempre ausente, una madrastra apenas diez años mayor que ella y unos abuelos excesivamente protectores. La promesa de un coche nuevo también influyó en su predisposición a seguir los consejos de su padre. Era momento de hacer las maletas.


—2— Una mala decisión
El señor Thomas Highfield III golpeó la mesa con todas sus fuerzas. Nunca antes lo habían visto tan enfurecido como en esta ocasión y, ante ese arrebato de ira, todos los miembros de la Junta Rectora guardaron silencio a la espera de oír sus palabras.
—Como bien saben, desde 1856 en el St. Paul's solo hemos admitido alumnos varones. Por eso, muy a mi pesar...—hizo una pausa dramática, respiró profundamente y prosiguió, diciendo — les informo que, a partir del próximo curso, nos vemos en la obligación de admitir alumnas— espetó, dejando boquiabiertos a los allí presentes.
El que había sido acérrimo defensor de una educación segregacionista, una educación solo para futuros magnates, presidentes y consejeros, todos ellos hombres, había cambiado radicalmente sus planes de estudios. Nadie sabía las verdaderas razones pero, seguramente, una espléndida donación, unida a las promesas postelectorales de su amigo el gobernador habían influido en dicha decisión.
—Este próximo curso albergaremos a veintidós alumnas; para ello, se acondicionará temporalmente la segunda planta del comedor central y a finales de año pondremos la primera piedra para la construcción del primer pabellón femenino en la historia del St. Paul's.
Se hizo el silencio entre los asistentes hasta que un aplauso, iniciado tímidamente por una de las nuevas profesoras, sirvió como detonante de una gran ovación por parte de todos los presentes en la sala.


—3— Las obras
Como si todo estuviese organizado mucho antes del controvertido anuncio del rector Thomas Highfield en la Junta extraordinaria, en apenas una semana, se iniciaron las labores de reacondicionamiento de la que sería la primera residencia para alumnas del St. Paul's.
El edificio, un antiguo pabellón de caza, se había utilizado como comedor y almacén durante los últimos ochenta años. Elegido por estar estratégicamente ubicado cerca de la rectoría, resultaba el lugar idóneo para alojar a las alumnas. Alguien decidió que ese era el mejor emplazamiento para tenerlas protegidas y, sobre todo, controladas.
Empezaron por sacar todos los trastos viejos que se encontraban amontonados en la segunda planta y en el altillo del edificio. Se llenaron tres camiones de mesas, sillas y pupitres, además de una infinidad de cajas con toda clase de enseres. Nuevos o viejos, todos ellos fueron a parar directamente al vertedero municipal. No había tiempo para seleccionar lo allí guardado.
Una vez vaciado el amplio local, una nutrida cuadrilla formada por carpinteros, fontaneros y electricistas destriparon suelos y paredes para acabar la obra en tiempo récord. Las obras se terminaron en solo tres semanas, gracias al apoyo altruista de un ciudadano que, aunque se mantuvo en el anonimato, todos sospechaban que se trataba del gobernador. A finales de agosto, dos semanas antes del inicio del curso escolar, todo estaba preparado para la visita de padres y alumnas.
La segunda planta acogía una gran sala con veintidós camas para las estudiantes, un dormitorio para el ama de llaves, aseos, vestuarios, un pequeño salón de lectura y una cocina con lo mínimo imprescindible para la preparación de café y sándwiches a medianoche.
No solo se remodeló el interior, sino que la fachada principal sufrió cambios importantes. Se modificó la ubicación de la antigua entrada al comedor y se construyó una magnífica escalera para dar acceso directamente a la segunda planta. El proyecto se remató con una placa conmemorativa en la que se indicaba la fecha de inauguración del primer pabellón femenino en toda la historia del afamado St. Paul's.


—4— La llegada
Ni los campeonatos de Lacrosse, ni las competiciones de atletismo, ni tan siquiera las populares regatas anuales habían creado tanto interés entre los alumnos del St. Paul's como la ansiada llegada de las chicas.
Desde el fin de semana anterior al comienzo de las clases, el campus era un hervidero de rumores, apuestas y testosterona a flor de piel. El autocar de las alumnas tenía prevista su llegada el domingo por la mañana y en el ambiente se notaba un cierto nerviosismo, no solo por parte de los alumnos sino también por todo el profesorado.
A las 12:30, como estaba previsto, el autocar cruzó bajo el arco de la puerta principal del St. Paul's ante la atenta mirada de los allí congregados. Con la intención de dar cierta solemnidad a ese acto, la Junta Rectora organizó una comida de bienvenida y una ruta guiada por las instalaciones del campus a los padres de las nuevas alumnas. Era el momento de impresionarles con la nueva residencia femenina.
Durante toda la tarde, regueros de personas recorrieron cada uno de los rincones del campus. La rectoría, el anfiteatro, los pabellones masculinos e incluso, las zonas verdes alrededor del lago estaban abarrotados de jóvenes nerviosos en el que sería el último día de puertas abiertas desde 1856.
Para la hora de la cena, todos los actos de bienvenida habían concluido. Los familiares de las chicas ya habían abandonado las instalaciones y un sentimiento de tristeza, junto con un silencio sepulcral, se apoderó de todo el recinto.
A pesar de pertenecer casi todas ellas a las mejores familias de New Hampshire, cuatro chicas se escaparon por una de las ventanas del dormitorio. Por suerte, antes de acceder a las habitaciones de los chicos, fueron descubiertas y tuvieron que ser obligadas por el ama de llaves a regresar a su pabellón. La primera noche quedó patente que había habido un punto de inflexión en la historia de la escuela.
En esa ocasión, no se tomaron represalias pero...
pronto llegarían los problemas.


—5— La última escapada
El curso estaba a punto de concluir. A pesar del cambio del plan de estudios por haber admitido alumnas, la normalidad académica se estableció durante casi todo el año. Un control férreo por parte de la Junta Rectora, el profesorado y, sobre todo, la amenaza de una expulsión fulminante ante cualquier muestra amorosa, habían calmado los ánimos del alumnado.
Bueno, eso creían ellos.
Ya desde el principio del curso, tres alumnas decidieron escaparse del colegio. Para ello, aprovechando los cambios de turno del personal de seguridad, las chicas cortaron un tramo de alambrada que quedaba oculto tras unos matorrales.
Desde que conocieron a varios chicos mayores que ellas en Concord, sus salidas se volvieron rutinarias. Para evitar que hubiesen rumores, les mintieron en su edad y, sobre todo, ocultaron ser alumnas del Saint Paul's. Se inventaron una segunda vida como estudiantes universitarias.
La última noche, las tres chicas decidieron celebrar el fin de curso fuera del recinto del Saint Paul's. Para ello se vistieron con ropa de calle, se calzaron zapatillas deportivas y metieron los zapatos junto con otros artículos en una pequeña bolsa.
La ayuda de maquillaje, labiales, rimmel y, sobre todo, unos altos tacones hicieron de ellas las chicas universitarias que, verdaderamente, siempre quisieron ser.


—6— El hallazgo
Bill barrió las últimas hojas que habían quedado esparcidas en el sendero al embarcadero. En apenas media hora su jornada habría acabado y, la verdad, después de toda una mañana podando arbustos y una tarde reparando tablones envejecidos, estaba pensado en tomarse una cerveza bien fría sentado en el salón de su casa. Pero las cosas no acaban siempre como a uno le gustaría.
Ya de regreso hacia la cabaña de mantenimiento, una mancha oscura en el fondo del lago llamó su atención. Al principio no llegó a distinguir bien lo que era, pero pronto descubrió lo que parecían dos cuerpos atados, espalda con espalda, sumergidos a poca distancia de la cabaña. Se agachó, apartó las hojas que flotaban sobre las tranquilas aguas y se quedó durante unos segundos en estado de shock mirando hacia el fondo.
En esos instantes no sabía bien qué hacer y, sin pensarlo dos veces, empezó a correr hacia el único lugar del campus donde encontraría a alguien a aquellas horas. Mientras que las dos primeras plantas del edificio Principal permanecían a oscuras, a través de los grandes ventanales de la tercera planta se distinguía la estirada silueta del rector.
Bill llegó a la puerta del edificio casi sin poder respirar. Apretó el pulsador con tanta fuerza que llegó a hundirlo en la pared y, mientras esperaba que le contestasen aprovecho para realizar unas profundas y largas inspiraciones y, así, recobrar un poco de aliento.
Tras unos interminables segundos, la gran puerta se abrió ante él.
— ¿Qué sucede, Bill? ¿Qué ocurre? —le preguntó el señor Highfield al verlo en ese estado.
—¡Señor!, ¡Dos chicas!, Hay dos chicas en el fondo del lago. ¡Están muertas! — dijo con la poca fuerza de voz que aún le quedaba.
Highfield palideció y sólo acertó a decir:
—Debemos llamar a la policía.
Cuarenta minutos después, tres coches de policía, dos furgones forenses y una multitud de medios de comunicación llegaron a la St. Paul's School de Concord.
El rector Highfield no sabía como gestionar esa situación.


—7— Las primeras investigaciones
En las primeras investigaciones quedó patente que habían sido tres chicas las agredidas dentro de la cabaña y en las inmediaciones del embarcadero. Dos de ellas, las descubiertas bajo el agua, con resultado de muerte y otra, aún desconocida, habría sufrido las mismas agresiones pero, que según todos los indicios, habría escapado a la muerte.
Dos días después de la finalización del curso académico, solo quedaba en el campus el profesorado y el personal de mantenimiento de las instalaciones. Todo en la investigación apuntaba que las agresiones y los asesinatos habían sido peropetrados por alumnos del propio colegio.
Por su parte, las autoridades policiales decidieron, en una maniobra fallida, reunir a todo el alumnado de nuevo en el colegio pero los padres, siempre aconsejados por sus caros abogados, se negaron a que sus hijos volvieran de nuevo a Concord.
Sin indicios de culpables y tras una intensa campaña estival para limpiar la imagen del colegio, se decidió continuar con la actividades docentes una vez pasado el verano. A pesar de lo ocurrido, solo seis chicas no decidieron retomar sus clases para el curso siguiente.
Los acontecimientos acaecidos paralizaron las obras previstas y el nuevo curso comenzaría con el mismo número de plazas para chicas que el año anterior.


—8— La huida
Una llamada fue suficiente para sacarla de allí. En esta ocasión, Beth no había contactado con sus padres, ni sus abuelos. Solo había una persona que no cuestionaría sus decisiones y esa no era otra que la hija del abogado de la familia, Laura Evans, una joven que, junto con su hermano mayor, trabajaba para sus padres desde hacía más de diez años. Ahora, prestaban sus servicios bajo la firma "Evans & Sons, Attorneys at Law".
Laura Evans condujo toda la noche para encontrarse con Beth en un área de servicio cerca del colegio.
Beth ya tenía la maleta medio preparada para empezar sus vacaciones estivales, pero los acontecimientos de aquella noche adelantaron la salida de Concord, al menos doce horas.
Como todos los años, la última semana de clase había sido un verdadero caos. La mayoría de los estudiantes abandonaban la escuela inmediatamente tras haber realizado el último examen, sin tan siquiera esperar a la nota de ese cuatrimestre. Por tanto, el número de alumnos que habían asistido a la fiesta se había reducido sustancialmente.
Beth metió su uniforme escolar ensangrentado y sus zapatos en una bolsa de deporte. Se ducho con agua fría para borrar todo rastro de sangre y tras salir de la ducha y secarse, se aplicó pomada antibiótica y cubrió sus heridas con vendas. No pudo quejarse y mucho menos gritar para no despertar al resto de las alumnas. Se vistió con unos tejanos, una camisa blanca y se calzó unas zapatillas de deporte, justo lo que necesitar para huir corriendo.
A las cuatro de la mañana Beth metió sus maletas en el coche de Laura y tras darse un abrazo, ambas salieron del área de servicio. En toda la noche, pararon, únicamente, para repostar gasolina, asearse un poco y comprar un par de sandwiches en un "take away 24 hours".
A Beth le esperaba el peor verano de su vida...


—9— La autopsia
Las familias no pudieron recoger sus restos y darles sepultura hasta doce días después del macabro hallazgo.
A pesar de haber sido realizados por dos forenses, ambos informes parecían una copia uno del otro. No se trataba solo de una violación sino de un ensañamiento desmesurado. Las sádicas prácticas sufridas antes, durante y tras la muerte mostraban la acción de mentes perturbadas. Lamentablemente, la acción del agua evitó encontrar restos biológicos que permitiesen ayudar a una pronta solución.
La investigación policial descubrió que la puerta de acceso a la cabaña de mantenimiento había sido forzada y habían robado algunos materiales utilizados en jardinería. Entre ellos, las cuerdas con las que habían maniatado a las jóvenes, así como tijeras de podar y otras herramientas con las que hicieron tales atrocidades.
Por suerte, Bill, había quedado exculpado desde el primer momento ya que tenía una sólida coartada para la noche de los crímenes.
Las familias prefirieron no conocer la mayoría de los macabros detalles y, por supuesto, durante el funeral mantuvieron los féretros cerrados para, así, recordarlas con la alegría de la adolescencia.
A los funerales, únicamente acudieron los familiares de las chicas, el rector y una mínima representación del equipo docente del St. Paul's.


—10— Un duro verano
Para Beth las vacaciones estivales fueron un calvario. En primer lugar, pasó por un sinfín de clínicas; por supuesto, todas ellas privadas. Tras la agresión en St. Paul, realizó todo tipo de análisis para comprobar que no le hubiesen contagiado alguna enfermedad de transmisión sexual. Se hizo dos pruebas de embarazo, hepatitis y otra de seropositividad. Por suerte, todas los resultados fueron negativos, lo que significaba que, al menos, clínicamente, no tenía ninguna enfermedad.
Psicológicamente, Beth, era una persona fuerte pero la experiencia sufrida le hizo plantearse si merecía la pena seguir viviendo o era mejor acabar con su vida y dejar de sufrir.
Por suerte, eligió la primera opción.
Mientras se curaban las magulladuras tuvo que extremar el cuidado de que sus padres, o mejor dicho, que su padre y su nueva esposa no se percatasen de que este año no se había puesto en bikini hasta que le desaparecieron todas las marcas de la agresión. Pero, lo peor no era la parte visible sino la parte emocional. Este verano, Beth evitó salir con sus amigas, sobre todo, por las noches. Verse rodeada de chicos le ocasionaba una sensación de desasosiego que le impedía disfrutar de la compañía de sus amigas. Por suerte, siempre pudo contar con el apoyo de Laura. Gracias a ella y a sus largas conversaciones, logró evitar la visita a aquellos psicólogos que había necesitado años atrás.
Durante las primeras semanas del verano había jurado y perjurado que nunca volvería a posar un pie en el St. Paul's. No se imaginaba caminando por la zona del embarcadero donde sucedió todo. Pensaba que no sería capaz de superarlo pero, tras unas semanas de reflexión, la sed de venganza pudo más que el temor a regresar.
Una vez que se habían sanado sus heridas corporales decidió que la mejor manera de superar sus miedos era enfrentándose a ellos, no solo enfrentándose sino combatirlos desde el interior. Decidió volver con una sola idea en mente, vengarse por lo que le habían hecho a ella y a sus compañeras.
Sabía que una denuncia no prosperaría. En primer lugar, no contaba con ningún testigo que estuviese de su parte, además, los padres de los agresores eran jueces, abogados o empresarios tan influyentes que buscarían cualquier resquicio legal para librar a sus hijos de la cárcel.
Solo había una manera de acabar con esa injusticia y solo ella podía solucionarlo. Eso, sí, a su manera.
Por suerte, un mes antes del inicio de las clases, Beth se encontraba con fuerzas suficientes para volver al St. Paul's y, sobre todo, para enfrentarse con los agresores y asesinos que se encontraría en unos pocos días.


(Continuará...)

miércoles, 18 de agosto de 2021

[ 0' 20" ] Veinte segundos

Veinte segundos es lo que tardaré en perder la conciencia y morir. Un tajo certero en mi pierna ha sido suficiente para que los sicarios del Estado acaben con mi vida. Y es que ser periodista, en un país como Rusia, es un riesgo que muy pocos estamos dispuestos a asumir.

Ahora, mi cuerpo descansa sobre una gran mancha de sangre que se extiende por el pavimento de la Plaza Roja. Por suerte, no siento dolor pero resulta irónico morir, precisamente, mirando al Kremlin.

Han pasado veinte segundos y ya estoy muerto. Lo sé.

Esteban Rebollos (Agosto, 2021)

lunes, 5 de julio de 2021

[ 3' 30'' ] Sin medias tintas




 (Una historia de la Yakuza)


Tras mi muerte me arrancarán la piel y la venderán al mejor postor.

Quizás sea un orgullo ser expuesto en una vitrina como un animal de caza —dijo Hikaru, esbozando una sonrisa.

******


Hikaru y Tadashi, amigos desde la infancia, practican Kendo dos veces por semana en el Budo Kyotoshi, en pleno corazón de Kioto. Desde hace más de seis décadas este dojo es el centro de reunión de los miembros de más alto nivel de las Yakuzas de la costa este japonesa.

Durante más de una hora, los continuos ataques, a veces con sables de bambú, a veces con dagas de madera, se acompañan de gritos agudos que aumentan la intensidad de cada golpe. Si bien, la mayoría de los envites son parados con el sable, algunos consiguen alcanzar el cuerpo del contrincante provocando gran dolor. Los golpes son tan contundentes que ninguna protección evita que aparezcan marcas y moratones bajo una armadura realizada con algodón, acero y cuero.

Tras la práctica intensa de cualquier arte marcial, no hay nada más reconfortante que disfrutar de un baño de aguas termales, el llamado, "onsen". Es ahí donde las conversaciones y acuerdos entre los miembros de distintos clanes adquieren su mayor relevancia. Más tarde esos pactos se firmarán, unas veces con tinta en los despachos de los grandes rascacielos, otras, con sangre en algún oscuro callejón.

Cuando Tadashi se quitó el casco y la armadura, lo primero que resaltó de su cuerpo fue su blanco hombro izquierdo. Única zona, de cuello para abajo, sin tatuajes. Sí, la única. El contraste de los colores negro y rojo hacía que su piel, en aquella zona aún virgen, resplandeciese con más intensidad. En cambio, en su espalda, una gran carpa japonesa nadando a contracorriente, le recuerda, constantemente, su deseo innato por triunfar.

El ritual del baño se inicia con una primera ducha tonificante y, a continuación, sentado en un minúsculo taburete, casi en cuclillas, Tadashi limpia su cuerpo con una pequeña toalla. Posteriormente, vestido con un kimono de algodón y chanclas de madera sale de los muros del acogedor dojo para dirigirse a las pequeñas oquedades talladas en la roca volcánica. Junto a él se extiende un gran espacio repleto de jacuzzis naturales, un lugar reservado únicamente para hombres. Sus cuerpos tatuados son señal inequívoca de la férrea jerarquía establecida dentro de la Yakuza.

Cada tatuaje, "irezumi", simboliza un hecho importante en la vida de su portador, habitualmente, éxitos relacionados con la actividad delictiva desarrollada en la organización. Desde los pequeños ramilletes de flores de loto o crisantemos en diversos tonos de grises que representan los asesinatos realizados por encargo, a los llamativos símbolos religiosos, personajes legendarios o serpientes multicolores que reafirman el estatus conseguido a lo largo de los años.


Y es que ningún tatuaje se realiza al azar, ni tan siquiera se trata de un capricho efímero. El maestro tatuador, único artista que puede hacerse cargo de un trabajo una vez empezado, es elegido por su larga experiencia en los diseños y el uso de las distintas tonalidades. No todos se atreven a utilizar en sus trabajos tintas de llamativos colores como el rojo, verde o amarillo. Solo unos pocos maestros tatuadores guardan el secreto de los pigmentos que los componen; en su mayoría elementos venenosos, perjudiciales para la piel si no se administran con mesura y conocimiento.


******


Se hicieron amigos mientras deambulaban por las calles que les vio nacer; calles de un barrio pobre, inmerso en los muelles portuarios de la gran ciudad. Crecieron entre timbas de marineros, prostitución, tráfico de drogas y estraperlo de mercancías proveniente de ultramar. Y, años más tarde, tras una adolescencia rebelde, decidieron buscarse la vida, acabando en el único lugar donde fueron bien recibidos, la yakuza regional. Allí comenzaron con pequeños encargos; normalmente trabajos de extorsión a comerciantes y constructores.

Con el paso del tiempo, obtuvieron un renombre dentro de la organización al no amedrentarse ante ningún grupo rival, aunque, por supuesto, no se libraron de algún que otro golpe o, incluso, algún que otro, navajazo. Sus trabajos, siempre en pareja, les llevó a recibir el apodo de los "Gemelos Rõnin", en clara alusión a la leyenda de los 47 samuráis que vengaron la muerte de su señor feudal.

Pero los problemas siempre acaban llegando y, en esta ocasión, como no podía ser de otro modo, de la mano de una mujer. Aratani, una chica de origen humilde, raptada y obligada a prostituirse en uno de los múltiples garitos de la zona portuaria, entró en sus vidas cuando los "gemelos" decidieron darle una oportunidad, sacándola de aquel ambiente. Con el paso del tiempo, ambos se enamoraron de ella y, por ella, empezaron las primeras discusiones.

A pesar de jurarse fidelidad y respeto, la rivalidad creció entre ellos. Cuando Tadashi decidió tatuarse una geisha con el rostro de Aratani, Hikaru se enfadó hasta el punto de retarle a un combate a muerte. Por suerte o por desgracia, el fatídico asesinato de la chica, por parte de un clan rival, evitó que el combate llegase a celebrarse. Más tarde, debido a ese trágico suceso, retomaron el contacto entre ellos, hasta consolidar, nuevamente, su amistad.

******


¿Cuántos tienes? —dijo señalando su cuerpo.

Demasiados. Hace tiempo que perdí la cuenta.

¿Y el hombro? Aún no está tatuado.

Está reservado para algo especial.
¿Cuál te gusta más?

No he visto ningún dragón.

******

Dos años después de aquel último combate de Kendo y antes de que el Alzheimer estuviese en su estado más avanzado, Hikaru le solicitó ayuda a su amigo para poner fin a su vida. Tadashi, atendiendo a su petición, inició el ritual del "seppuku", la milenaria ceremonia japonesa del suicidio, prohibido en nuestros días.


Ahora, Tadashi, luce un dragón en su hombro derecho junto al retrato de Aratani, su gran amor. Un recuerdo permanente de su buen amigo, Hikaru. Este es el único tatuaje de su cuerpo que no simboliza un asesinato, sino todo lo contrario, una muerte digna y honrosa.
Por supuesto, es el tatuaje del que más orgulloso se siente.


Esteban Rebollos (Junio, 2021)


domingo, 25 de abril de 2021

[ 3' 45'' ] La llamada

Ocho años atrás, justo después de enviudar, Marta abandonó las formidables vistas de la sierra madrileña para trasladarse a un pequeño apartamento en pleno barrio de Embajadores. En aquel momento pensó que la cercanía de sus hijas sería sinónimo de estar más acompañada. Nada más lejos de la realidad.

Sus hijas pronto tomaron caminos muy distintos. La mayor encontró el amor en Irlanda y, allí se quedó para formar una nueva familia. En cambio, la pequeña visitaba a su madre, únicamente, cuando su vuelo hacía escala en Madrid, con suerte, una o dos veces al mes.

Durante esos años, la madre las llamaba en muy pocas ocasiones y, cuando lo hacía, evitaba hablar de sus sentimientos, de lo infeliz que se sentía y de la soledad en la que se encontraba. A pesar de todo, la hija menor intuyó que algo no iba bien y pudo confirmar sus sospechas durante una escala en Madrid. Finalmente, la madre le confesó que no podía olvidar a su marido y, aunque no lo dijese, le seguía echando de menos. Estaba convencida de estar pasando una depresión.

<<<<<>>>>>

Sin saber cómo, una llamada cambió su vida. Un desconocido había marcado su número de teléfono a altas horas de la noche y, lo que se inició como una inoportuna molestia, se convirtió en una conversación distendida y con un final sorprendente... la promesa de volver a hablar al día siguiente.

Y así fue. Esa misma mañana, la persona con la que habló la noche anterior, marcó su número de teléfono. Desde ese día, las llamadas se sucedieron una o dos veces por semana hasta que, poco después, pasaron a ser diarias. Álex era un hombre encantador, atento, cariñoso y, sobre todo, un buen conversador.

A partir de las primeras llamadas, sus charlas le hicieron sentirse especial. Por fin, Marta pudo hablar sobre sus sentimientos con alguien que se encontraba en su misma situación. 

Ahora hablan de todo, de todo lo que se les antoja: sus amigos, sus sueños, sus expectativas... Y, así, Marta comprende que es lo suficientemente joven y aún puede disfrutar de una vida mucho más placentera.

Desde hace dos meses, una sensación de alegría e ilusión invade todo su cuerpo. Por fin encontró su alma gemela; una persona maravillosa que tiene su misma edad, comparte sus mismos gustos y, sobre todo, le hace feliz.

Aunque habitualmente la mayoría de sus charlas tratan de cosas banales o temas cotidianos, a veces, también tienen sus momentos de intimidad. Es, entonces, cuando las conversaciones se vuelven más afectuosas y sugerentes. Y son, precisamente esos instantes, los que aprovechan para intercambiar sus secretos. Sea como sea, cada noche, Marta espera ansiosa la llamada que rompa su soledad.

Ahora, canturrea mientras trabaja en su bufete. Incluso, afronta las tareas monótonas del hogar con una sonrisa y, por primera vez en meses, se encuentra con ánimo suficiente para preparar deliciosos postres, aún sabiendo que son solo para ella. Por fin se siente bien, libre y dispuesta a disfrutar de su vida.

<<<<<>>>>>

—¡Demasiado bonito para ser verdad! —le comentó una amiga.

Aquellas palabras revolucionaron su mente. Eso, y una reciente noticia de chicos jóvenes que embaucaban a mujeres para sacarles joyas y dinero, la sumió en la intranquilidad. Se prometió que a ella no le pasaría lo mismo.

—¿Sabes algo su vida? —le preguntó su amiga. Marta no supo qué responder... Y fue, precisamente en ese momento, cuando se dio cuenta de que aún no habían tenido su primera cita. 

Temiendo ser víctima de algún engaño, decidió indagar sobre Álex. Lo único que encontró fue un perfil de Facebook en el que se indicaba, literalmente: "Fotógrafo especializado en Gastronomía". Sus fotos mostraban prestigiosos restaurantes con espectaculares platos de alta cocina. Al menos, lo poco que consiguió hallar, no le pareció sospechoso.

Marta prefirió no pensar más en este asunto y retomó las conversaciones sin recelo. Por desgracia, todas las veces que intentó quedar con él, los compromisos profesionales de Álex le impidieron mantener un encuentro cara a cara.

<<<<<>>>>>

—Tenemos que hacer algo por mamá. Tú ya no volverás a Madrid y yo, con tantos vuelos, apenas puedo visitarla —esta conversación, mantenida meses antes, influyó en la vida de su madre más de lo que podían imaginar.

Cuando la hija menor colgó el teléfono, una sensación de nerviosismo invadió todo su cuerpo. Aconsejada por una compañera, había contratado un novedoso servicio de acompañamiento. Con toda educación le preguntaron por los gustos de su madre; si prefería un hombre o una mujer, o si tenía alguna fantasía que quisiera cumplir. Fue entonces cuando, realmente, descubrió lo poco que sabía sobre la persona que le había dado la vida.

<<<<<>>>>>

Durante cuatro meses, Marta recibió diariamente las llamadas de Álex. El teléfono sonaba, más o menos a la misma hora, y la conversación concluía unos cuarenta minutos después. Todo ello, aunque esperado, seguía animándola día tras día.

En un par de ocasiones las respuestas de Álex entraron en bucle y, solo entonces, Marta descubrió que se había enamorado de una máquina. Pensó que el uso de la Inteligencia Artificial había llegado demasiado lejos y, a partir de ese momento, no respondió a ninguna de sus llamadas. La ilusión por su vida cayó en picado. Realmente, nunca mencionó este hecho a sus hijas, pero fueron muchas las noches que pasó llorando. 

<<<<<>>>>>

Desde que había enviudado, no había mantenido una relación estable. Solo contactos esporádicos, en los que pocas veces había repetido con la misma persona. Desgraciadamente, la mayoría de los encuentros no habían cumplido con sus expectativas.

Aunque lo había sopesado en multitud de ocasiones y se consideraba mayor para inscribirse en una aplicación como Tinder, por primera vez, decidió romper sus propias reglas.

Entre todas las opciones disponibles, eligió la siguiente combinación:

"Varón, 48 años, cuerpo atlético, ojos marrones."

Estaba convencida de que había escogido las mismas características que la mayoría de las mujeres de su edad. No necesitaba más.

—¡A quién no le gusta un bombero! —pensó, mientras esperaba impacientemente que sonase el timbre de su apartamento.

Pero la realidad fue muy distinta. Finalmente, se cansó de responder las mismas preguntas: «¿Qué tal?», «¿Cómo te va?», «¿De dónde eres?». La mayoría de las conversaciones eran insustanciales y, una vez que mantenían relaciones, ninguno de los dos parecía mostrar interés por un segundo encuentro. 

Aunque no todos los hombres que conoció en Tinder eran tan poco interesantes, al final terminó bastante frustrada y prefirió abandonar la red para retomar su tranquila vida.

<<<<<>>>>

A pesar del gran enfado que tenía por haber sido engañada, no pudo evitar seguir pensando en Álex. Lo cierto es que aquellas llamadas le habían hecho sentir bien y le habían ayudado a superar el dolor por la pérdida de su marido. De vez en cuando, Marta aún disfruta conversando telefónicamente.

—¡Nadie, mejor que tú, conoce mis secretos! —le dijo antes de despedirse hasta el día siguiente.

(Álex lo sabe todo sobre Marta y ella... ella sigue confiando en él.)

Esteban Rebollos (Abril, 2021)

lunes, 12 de abril de 2021

[ 3' 00'' ] De puertas adentro

 




¡Nadie te creerá! ¡Nadie te creerá! ¡Nadie te creerá! -Una y otra vez, las palabras de su marido repicaban en su cabeza.
Y, efectivamente, nadie la creyó. No constaban denuncias. No había pruebas. Los testigos mintieron.
El juicio quedó "visto para sentencia".

<<<<<>>>>>

Barcelona, 1966

Carmen, modista, y Fernando, camionero, habían abandonado su Extremadura natal para labrarse una nueva vida en un próspero lugar como la Ciudad Condal. Durante las primeras semanas malvivieron en una habitación alquilada, con "derecho a cocina", racionando no solo la comida sino el poco dinero que habían ahorrado trabajando en el campo.

Cuando ya no quedaba rastro del queso, el aceite y el jamón traídos de Mérida empezaron a dudar si había sido una buena idea emprender esa aventura. Debían encontrar trabajo en las próximas semanas o los pocos ahorros de los que disponían desaparecerían por completo. 

Por suerte, Barcelona era tierra de oportunidades y, gracias a su casero, ambos encontraron trabajo en una fábrica de telas de algodón. A pesar de jornadas de diez horas, de lunes a sábado, con tan solo una tarde libre por semana, la entrada de dos sueldos les permitió encauzar su vida, ahorrar e, incluso, ayudar a la familia que aún permanecía en Extremadura.

Los primeros años fueron muy duros para unos recién casados tan jóvenes, pero, a pesar de todos los problemas, la ilusión de una vida en común les hizo estar más unidos que nunca.

Pasaron seis largos años hasta que él consiguió comprar un camión. Invirtieron todos sus ahorros en un viejo Pegaso de segunda mano, adquirido al propietario de una cantera en Mataró. Ahora, al menos, parecían vislumbrar un futuro prometedor.

En apenas unos años, todo su mundo cambió espectacularmente. Coincidiendo con el apogeo de la construcción, tras el primer camión, llegó otro nuevo, después, un piso en el Paseo de Gracia y un coche. Por fin, ella dejó de trabajar y se convertió en el ama de casa que tanto deseaba ser.

Pero una mejor vida requería más gastos, más esfuerzos, más horas extras.
Fernando comenzó a doblar turnos, a realizar portes a lugares más remotos. Así, aumentaron las noches sin aparecer por casa, durmiendo en pensiones de carretera, a veces, solo, a veces, en buena compañía femenina.

Fueron tiempos en los que ella empezó a sentirse sola y echarle de menos. Aún así, estaba orgullosa por el gran esfuerzo que él realizaba por ella, por los dos.

<<<<<>>>>>

Todo cambió desde el accidente. Una pierna amputada, el camión destrozado, deudas, alcohol y, también, los primeros malos tratos.

La pensión de él no llegaba para pagar los plazos del camión y las letras de la casa. Los problemas económicos se agudizaron y tuvieron que abandonar el piso de lujo para vivir de alquiler. Ella volvió a trabajar. Por las mañanas, de costurera y, por las noches, limpiando suelos en una nave industrial. A pesar de los dos trabajos, tampoco era suficiente para llegar a fin de mes.

-¿De dónde vienes a estas horas? ¡Ya no me quieres! ¿Con quién has estado? -cada día se repetían las mismas frases. A los ataques de celos, se le unían las miradas airadas y los chantajes emocionales por encontrarse impedido.

Más tarde, el grado de violencia aumentó. De las palabras, Fernando pasó a los hechos. A veces, destrozaba puertas a puñetazos, otras, le lanzaba botellas, la golpeaba bajo la ropa e, incluso, abusaba de ella.

Una noche, como tantas otras anteriores, él llegó de mal humor, bebido, con dolores en una pierna inexistente. Dolores que había intentado atajar, tras haber sido rechazado por otras mujeres, a base de medicamentos mezclados con alcohol.

Esa noche, Fernando llegó con ganas de sexo y ella, cansada, se negó. Él la insultó, la golpeó, la agarró con fuerza y con fuerza la violó.

-¡Eres mía! ¡Eres mi mujer! ¡Solo mía! -gritaba, mientras los vecinos escuchaban a través de las rendijas de las persianas.

Una escena repetida en múltiples ocasiones, en demasiadas ocasiones.

-¡Necesito ayuda! -pensó, mientras, medio desfallecida y aún dolorida, permanecía inmóvil sobre la cama.

Lamentablemente, sin tener con quién contar ni a dónde ir, decidió buscar la única salida posible...

<<<<<>>>>>

El cuerpo de Fernando reposa en la cama, apoyado sobre su costado izquierdo. El corte en el cuello hace que su cabeza describa un giro extraño. Las sábanas ensangrentadas y el cuchillo en el suelo son los únicos testigos del reciente crimen. Mientras, Carmen aún permanece tumbada a su lado, absorta, mirando al techo.

-¡Le he matado! -esas son sus únicas palabras cuando llega la pareja de la Guardia Civil. Y, efectivamente, esas palabras fueron las que la condenaron.

Sin denuncias, sin poder demostrar los malos tratos, sin testigos, sin nadie que la defendiese... el juicio quedó "visto para sentencia".

<<<<<>>>>>

Cuando se cerró la puerta de su nuevo cuarto, una sensación de bienestar la invadió por primera vez desde hacía mucho tiempo. Doce metros cuadrados, tres comidas al día y dos salidas diarias al patio de la cárcel se convertirían en su refugio, al menos, durante los próximos quince años.

A pesar de todo, de puertas adentro, su rostro reflejaba una sonrisa. Ella nunca compartiría el hijo que llevaba en su interior con un maltratador.
¡Ya había soportado demasiado!

Sabía que en los años setenta, una denuncia por malos tratos dentro del matrimonio, no hubiese prosperado.
Efectivamente, ¡Nadie la creyó!

Esteban Rebollos (Abril, 2021)

sábado, 3 de abril de 2021

[ 2' 10'' ] Conflicto de intereses

 




  

Cuando sufrí ataques de pánico, ella supo calmarme.

Cuando ingresé en el hospital, ella durmió en la butaca.

Cuando entré en coma, ella...

<<<<<>>>>>

La conocí el día de mi noveno cumpleaños. Supongo que mi padre creyó que, después de un año de relación, esa fecha sería el momento idóneo para su presentación en sociedad. No pudo elegir peor día.

Mi madre había muerto cuatro años antes y, a pesar de ello, ver a mi padre con otra mujer aún me causaba repulsión.

Reconozco que Amanda fue muy prudente ese día. Sabiéndose el centro de atención de todos los invitados, supo guardar muy bien la compostura. Tanto los padres de mis amigos como mi propia familia la observaban como queriendo descubrir en ella algún oscuro secreto.

Siempre en un segundo plano, Amanda solo se dirigió a mí para felicitarme, besarme y entregarme su regalo... una preciosa muñeca que nunca saqué de la caja.

Por algún extraño motivo, tras la celebración, mi padre decidió que su novia, mi futura madrastra, se quedase a dormir. Ahí empezaron los problemas.

Pasé aquella noche llorando hasta que, vencida por el sueño, me dormí acurrucada en una esquina de mi cama.

Cuando desperté, Amanda ya no estaba. Supuse que esa noche había sido una excepción. Desgraciadamente, nada más lejos de la realidad.

Pocos días después, una furgoneta aparcó junto a la fachada principal. Cuando abrieron el portón trasero, un centenar de cajas se encontraban a la espera de ser descargadas. En apenas media hora, todo aquel cargamento ya estaba diseminado por las tres plantas de la casa.

Una infinidad de vestidos, zapatos, libros y demás enseres invadieron cada rincón, arrollando con todo lo anterior. De un día para otro, la casi totalidad de las fotografías de mi madre habían desaparecido y, únicamente, un viejo retrato de ella se mantuvo a salvo en mi cuarto.

<<<<<>>>>>

Los siguientes cuatro años ingresé en el hospital en nueve ocasiones. Los diagnósticos médicos indicaban desde casos leves de apneas y miedos nocturnos hasta graves episodios de intoxicación por medicamentos.

Al no encontrar causa que justificase mis padecimientos, fui derivada a distintos hospitales en los que me realizaron pruebas de todo tipo y donde, incluso, llegaron a ingresarme en la unidad de cuidados intensivos.

Durante la última hospitalización, y ante las sospechas fundadas de un delito, se inició una investigación judicial a partir de un informe de los servicios médicos. La última analítica mostraba una alta concentración de fármacos en sangre, muy superior a lo esperado por los facultativos.

Tras cotejar los resultados, la policía recibió la orden de arresto inmediato de Amanda. Por supuesto, no fue difícil localizarla... estaba en el hospital. Finalmente, la detuvieron saliendo de mi habitación.

Acusada de un delito de asesinato en grado de tentativa, con agravante de parentesco, la sentencia dictaminó que mi madrastra sufría síndrome de Munchausen por poderes. Asimismo, el hecho de negarlo todo llevó al tribunal a considerar su frialdad una prueba irrefutable de su ausencia de amor maternal.

Según el veredicto del Tribunal Superior de Justicia, quedó probado que Amanda puso mi vida en riesgo desde el día en que me conoció. Por tales acciones, y considerando que su trastorno mental no era eximente de delito, fue condenada a ocho años y tres meses de prisión.

<<<<<>>>>>

Al principio, todo comenzó siendo un juego infantil. El primer año fue sencillo fingir cefaleas, temblores y pérdidas de conocimiento.

Tras la boda, decidí cambiar de estrategia. Comencé a tomar medicamentos, administrándome dosis superiores a las estrictamente terapéuticas, hasta que las analíticas reflejaron resultados alarmantes.

El paso definitivo fue un poco más arriesgado. Aprovechando que estaba ingresada, decidí manipular la máquina que controlaba la dosis de mi medicación y culpar de ello a Amanda. Todo concluyó cuando logré inducirme un estado de coma irreversible.

Mi padre se divorció hace diez años y, desde entonces, siempre ha estado al lado de mi cama, cuidándome.

Esta es la manera que elegí para seguir luchando por su amor.

—¡Ahora, soy feliz!

Esteban Rebollos (Abril, 2021)


miércoles, 31 de marzo de 2021

[ 1' 50'' ] Juntos

Estaba más delgada, más pálida y más bella que nunca, y él se dirigió a ella con ternura infinita.

-Marina -le dijo de forma tímida-, te amo.

Ella lo miró con ojos llenos de amor y tristeza... y le respondió:
-¿Quién eres?

<<<<<<<>>>>>>

Lorenzo llevaba meses planeando aquel encuentro. Su amor por Marina era tan intenso que estaba deseando y temiendo, a partes iguales, que regresara a casa.

Su esposa estuvo ocho meses internada y, en cierta manera, ya no podía vivir con ella, pero tampoco sin ella. Precisamente, por ese motivo, decidió que el reencuentro fuese inolvidable para ambos.

Los meses anteriores a su ingreso habían deambulado de consulta en consulta en busca de alguna esperanza. Por desgracia, los especialistas coincidieron en el diagnóstico y todos los informes reflejaban un mismo final.

Esa mañana, Lorenzo compró flores, velas aromáticas e, incluso, se dejó aconsejar para adquirir un excelente vino. Ese sería el punto culminante de una celebración tan especial.

La acompañó hasta la puerta de la vivienda; al abrirla, Marina se encontró con la misma estancia que había dejado ocho meses atrás, salvo que estaba repleta de flores y velas. El salón mantenía el toque minimalista, acogedor y luminoso que a Marina tanto le gustaba.

Lorenzo la observaba, atónito. Nunca había visto a su esposa tan radiante.

- Marina, ¿estás bien?

- Sí, Lorenzo. Muy bien.

Marina le dio un beso en la mejilla y, sonriendo, entró en el salón. Él la siguió, cerrando la puerta tras de sí. Ella no podía dejar de sonreír. Se sentía feliz. Lorenzo, por su parte, parecía algo nervioso.

Decidió recrear el mismo menú que, pocos años antes, les sirvieron en el banquete de sus "Bodas de oro". Un éxito seguro que, por supuesto, les traería buenos recuerdos.

Comenzando por una "Crema fría de champiñones y queso gorgonzola", aderezada con especias, le siguió un plato de "Salmón al horno con miel y limón" y, como postre, lo que más les gustaba, "Coulant de avellanas y crema helada". Todo ello regado con un buen Borgoña. No se merecían menos.

Tras la cena, pasaron el resto de la velada rememorando viejos tiempos. Así, recordaron el día en que se conocieron, sesenta años atrás, trabajando en la cocina del mejor restaurante de Madrid. Poco después, se enamoraron y, partir de ahí, decidieron apostar por un futuro juntos.

Ojearon los álbumes y, de esta manera, pudieron recordar los buenos momentos junto a sus hijos y sus nietos. Pero hubo una foto en particular de la cual Marina no podía apartar la mirada, la del día de su boda. Quizás en ese momento no recordaba la fecha ni el lugar, pero su rostro hablaba por sí solo. Era una mujer feliz. De repente, la lucidez regresó a la mente de Marina, quien miró a Lorenzo y, acariciándole la mano, le dijo:

-¿Te acuerdas, Lorenzo? ¿Recuerdas la noche que te pedí que te casaras conmigo?

-Claro que me acuerdo. Fue una noche de verano, una noche calurosa. ¡Cómo olvidarlo!

-¿Y sabes qué? Aún te quiero.

-¿Te quieres volver a casar conmigo?

-¡Una y mil veces!- respondió Marina.

Marina sintió una punzada en el corazón y una sensación de alegría la embargó. Entonces, recordó aquel día, cuando le dijo sí a su esposo; recordó la felicidad de cuando nacieron sus hijos; la felicidad de todos estos años juntos. Su rostro se iluminó y decidieron inmortalizar aquel momento, haciéndose fotos abrazados, sonriendo y besándose. Un legado digital que dejarían para la posteridad.

Pasada la medianoche, brindaron por sus familiares. Ella depositó el informe médico y una breve carta de despedida sobre la mesa del despacho, mientras él abría la llave del gas. Aún no era demasiado tarde, podrían arrepentirse, pero se miraron a los ojos y supieron que había llegado su momento.

Se abrazaron y, sin decir una palabra, se acostaron juntos para ya no despertar.

Esteban Rebollos (Marzo, 2021)


miércoles, 3 de marzo de 2021

[ 0' 40'' ] Desde la distancia




Cuando posó el teléfono sobre la mesa sintió una sensación de calma y una sonrisa se dibujó en su rostro.

Una fuerza, hasta ahora desconocida, hizo que lo tomara de nuevo y leyese los mensajes intercambiados pocos minutos antes.

Mientras los leía, sintió un cosquilleo. Se dio cuenta de que las frases allí escritas no eran solo palabras inconexas sino que transmitían sentimientos verdaderos. No tenía duda de que era pronto para cualquier tipo de relación.

—Solo es amistad —se dijo —2000 km es demasiada distancia  —pensó mientras unía dos puntos lejanos en un mapa mental.

Por un minúsculo instante se sintió deseada por un desconocido e intentó borrar rápidamente ese pensamiento de su mente.

—Sigo siendo joven susurró en voz baja.

Recorrió el largo pasillo para mirarse en el espejo de su dormitorio. Realmente le gustó lo que vio. Estaba radiante. Los años la habían tratado muy bien. Ante sí se encontraba una mujer segura de sí misma, una mujer que sabía lo que quería, una mujer capaz de darse tantas oportunidades como le fuera posible. Echó un vistazo a la habitación y vio la chaqueta que su marido había usado el día anterior, decidió guardarla, abrió el armario y la colgó de una percha de madera.

El color de un conjunto de fiesta, casi olvidado en su vestidor, le hizo pensar de nuevo en los mensajes que le enviaba el desconocido. No podía evitar sentirse halagada, pero una parte de ella seguía pensando que aquello era una locura.

Aún eres una hermosa mujer le dijo en voz baja a su reflejo.

Por más que lo intentase, no podía borrar de su mente aquellos mensajes. Precisamente, la incertidumbre de no saber quién los enviaba hacía ese juego más interesante. Siempre le gustó la idea de que alguien pensara en ella y, ahora, un desconocido le dedicaba toda su atención. No dejaba de pensar en él y, para ella, eso era una sensación muy agradable.

¿Qué quiso decir con eso del hilo rojo? ¿Existe realmente esa conexión capaz de unir a dos personas tan distantes? se preguntó. Quizás el destino la estaba poniendo a prueba.

La mujer reflexionó unos instantes. Luego, decidió responder al misterioso mensaje. Sí, creo que existe. Algo nos ha unido, aunque no sabemos exactamente qué es. Pero estoy dispuesta a descubrirlo.

Cerró los ojos y notó una mano acariciándole la mejilla. No se asustó, sino que se concentró y se dejó llevar. Había ternura en ese acto y se sintió bien. Notó unos labios besar los suyos y unas manos recorrer su cuerpo. Pura suavidad. Deseó sentirse amada nuevamente. No había nada malo en ello. En ese momento, la mujer supo que estaba enamorada. No importaba la distancia, ni el tiempo, ni nada. Lo sabía, y era feliz. Se trataba de un juego en el que, únicamente, importaban ellos dos.

—Imposible pensó —Es imposible hacer el amor sin tocarse, sin besarse.

—Si lo deseas... nada es imposible —le susurró él desde la distancia.


Esteban Rebollos (Marzo, 2021)