sábado, 1 de abril de 2023

[ 2' 40'' ] Por tus ojos

 


Puerto de Haifa, Palestina, 1941

Cuenta la leyenda que Isaac, un adolescente ciego de nacimiento, sólo veía a través de los ojos de su hermano mayor. Para ello, David, le cogía de la mano y le guiaba por las callejuelas de la ciudad, la orilla del mar y, si el tiempo lo permitía, incluso subían a los montes cercanos. Una vez allí, le describía todo lo que se extendía ante ellos y, en ocasiones, también le hablaba de algunos maravillosos lugares de ultramar.

David siempre trataba de enseñarle algo nuevo a su hermano y, junto con sus explicaciones, le contaba historias de sus antepasados. Isaac, por su parte, mostraba interés por saber más y se asombraba ante cualquier pequeño detalle. Todas las noches se dormía imaginando que viajaba por el mundo.

Una mañana, mientras descansaban en una ladera del Monte Carmelo, el hermano mayor escuchó una voz que le dijo: 

— David, pídeme un deseo.

El joven, asustado, miró a su alrededor pero no vio a nadie, entonces, le preguntó a su hermano si él también lo había oído. Isaac lo negó con un leve movimiento de cabeza.

Aquella noche, David apenas durmió ya que no le parecía normal oír voces y temía haber enloquecido.

Días después, mientras cuidaban sus corderos, de nuevo oyó la voz.

— ¿Cuál es tu deseo?

David, en esta ocasión, respondió en voz alta: 

— Quiero que mi hermano Isaac pueda ver.

Su dios quiso recompensarle por sus buenas obras y le concedió el deseo. La mañana siguiente, Isaac recobró la vista y, en agradecimiento por el milagro obrado, David sacrificó cinco corderos y rezó tras la fiesta a la que convidó a sus vecinos.

Por su parte, Isaac pasó varios meses aprendiendo a vivir con visión, a leer en hebreo y a desenvolverse en la vida cotidiana. No era fácil y, a menudo, prefería cerrar los ojos y realizar algunas tareas a oscuras. 

Poco después, se sintió lo suficientemente confiado como para iniciar un viaje. Llenó de ropa y alimentos las alforjas del único asno que tenían y una fría mañana embarcó sin rumbo fijo. Aunque el animal era una ayuda imprescindible para labrar las tierras, nadie se atrevió a llevarle la contraria.

Durante meses no tuvieron noticias de él. Poco después, la ciudad de Haifa fue bombardeada por el ejército italiano y, cuanto más tiempo pasaba, más temían que el joven hubiese sido asesinado y que nunca le volviesen a ver.

Cuatro años después, Isaac regresó a la aldea, con su ropa hecha jirones, más delgado, enfermo y, por supuesto, sin el valioso asno.

Aunque su familia se alegró por su regreso, en esta ocasión, no pudieron hacer una fiesta pues ya no disponían de corderos ni apenas productos de la huerta. Al finalizar el día, todos se unieron para rezar y dar gracias por el retorno del hijo pródigo.

Después de la oración, David le preguntó a su hermano dónde había estado y qué había visto. Isaac le contó que había embarcado hacia Trípoli, luego siguió la costa y, así, descubrió grandes ciudades en Turquía. Viajó durante meses, atravesó desiertos, cruzó mares y conoció distintas culturas. Pudo visitar todos los lugares maravillosos que su hermano le había mencionado, pero al verlos, sólo encontró crueldad, hambre y desolación. Descubrió ciudades arrasadas por la guerra, maravillosas pirámides construidas con la sangre de los esclavos, fastuosos palacios rodeados de pobreza y suntuosas esculturas que únicamente ensalzaban a tiranos.

Su corazón se llenó de tristeza al darse cuenta de que nada era como lo había imaginado. 

— He visto el mundo a través de mis ojos y no me gustó lo que vi. Deseo dejar de ver. Pídele a tu dios que obre otro milagro y me deje ciego.

— Sabes que te quiero y no puedo hacerlo. — respondió David.

Isaac le miró con tristeza y le dijo: 

— Hermano, perdóname, déjame ver el mundo a través de tus ojos — y, a continuación, extrajo una tela de su zurrón y, con ella, se vendó los ojos.

Isaac aprendió a vivir sin miedo y apreciar las pequeñas cosas, como el canto de los pájaros, el olor de las flores y el calor del sol en su piel, sabiendo que David estaba a su lado.

Desde entonces, nunca se quitó la venda y, ahora, ambos pasan horas sentados a la orilla del mar intercambiando sus historias. Isaac disfruta de una nueva vida gracias a las explicaciones de su hermano sin tener que enfrentarse a la crueldad.       



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La ceguera no siempre es una limitación sino que, en ocasiones, es una oportunidad para ver el mundo de una manera diferente y más profunda. 

La verdadera belleza está en la forma que mostramos la realidad a los demás, evitándoles el sufrimiento.

Esteban Rebollos (Abril, 2023)

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