Hacía muchos años que había dejado de escribir. Esa no fue una decisión repentina, sino una rendición ante una batalla imposible de ganar. Desde su juventud, había sido una escritora reconocida, con libros traducidos a varios idiomas y lectores que aguardaban cada nueva publicación con entusiasmo. Ahora, en cambio, pasa los días sentada frente a la ventana, contemplando un horizonte inexistente.
Quizás, muy dentro de sí, las historias aún existan. Puede que sigan agitándose, buscando una salida, como las raíces que empujan la tierra para volver a la luz. Pero su cuerpo, frágil y vencido por los años, ya no responde igual que antes. Sus manos tiemblan, y su mente se desliza entre la niebla en la que las palabras parecen desaparecer.
Su marido acude cada día, sin falta. Se sienta a su lado, le habla con ternura y le toma la mano. Ella lo mira y una chispa de reconocimiento ilumina sus ojos. Entonces, sonríe, aunque no recuerda su nombre ni la historia que compartieron.
—Hoy es un día muy especial —dice él, con voz emocionada—. Hace 55 años me dedicaste tu primer libro... y, desde entonces, nunca nos hemos separado.
Como cada año, un 23 de abril, él le regala una rosa. Ella la toma con un movimiento lento, casi ceremonial, y la acerca a su nariz. Cierra los ojos, inhalando con delicadeza el aroma y, por un instante, parece recordar buenos momentos. Pero, lamentablemente, solo se trata de un espejismo.
—Aunque no puedas decírmelo, sé que aún me quieres —susurra él, sabiendo que quizás sus palabras se pierdan en el laberinto de su mente.
Ella asiente y él se alegra, mientras el sol de abril entra por la ventana, cálido y dorado, como si el tiempo pudiera detenerse solo para ellos. Y en este momento, donde ya no importan la memoria ni los años, la historia de su amor sigue escribiéndose en silencio.
Esteban Rebollos (Abril, 2025)
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