viernes, 25 de diciembre de 2020

[ 3' 00" ] Espérame para cenar




Hora del vuelo: 23:05 h

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Miércoles 23, 19:14 h

El puto coronavirus había acabado con mi beca Erasmus, mis ganas de aprender inglés y mi trabajo a media jornada en un kebab de Brighton.

En octubre dejé mi apartamento para ir a vivir con mi chica. A pesar de mi precaria situación, reconozco que prevaleció más la atracción que sentía por Ashia, una bella joven de ascendencia somalí, que la idea de compartir gastos.

Después de casi tres meses viviendo juntos, Ashia perdió el empleo como recepcionista en el Ambassador Hotel, su visado caducó y no tuvo más remedio que volver a Mogadiscio.

Sin clases, sin trabajo, sin pareja, sin dinero y, ahora, sin casa, me planteé volver a España. Decidí dar una sorpresa a mis padres y no decirles que llegaba justo para la cena de Nochebuena.

«Menos preocupaciones, mamá»

A falta de dos semanas para acabar el año, conseguí un vuelo en una aerolínea "Low Cost" y me hice la PCR obligatoria para entrar en España. Al menos, estas fiestas estaré rodeado de mi familia.

Como equipaje, llevo una maleta de 25 kg, repleta de cosas totalmente prescindibles, excepto lo más importante... los buenos recuerdos que, por suerte, no pesan.

Sobre la mesa de la cocina, debidamente ordenados, he dejado el billete de avión, el pasaporte, el resultado de la PCR, un par de barritas energéticas y mis últimas 40 libras.

Rebuscando en los armarios solo encontré una pequeña mochila Kanken de color rosa, seguramente, olvidada por alguna amiga cursi de Ashia. Estaba claro que no compaginaba con mi parka de Hilfiger, pero no tenía más opciones, o eso o llevar mi "equipaje de mano" en una bolsa de plástico.

El punto de "no retorno" fue cuando cerré la puerta del apartamento que había alquilado Ashia y dejé las llaves en el buzón de su casero. Una vez en la calle, no quise ni mirar atrás, no fuese a saltarme alguna lágrima. Por suerte, mi Uber ya estaba esperando para llevarme al Aeropuerto de Southampton.

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Miércoles 23, 21:20 h

He llegado pronto, como siempre, no me gusta ir a la carrera. Por cierto, acabo de recordar que aún no he cenado. Me paro a tomar un café expreso y un sándwich vegetal, mientras escucho mi último noticiero de la BBC.

A pesar de mis 24 años y estar en plena forma física, siento decir que ya estoy cansado de tanto arrastrar esta pesada maleta. Aún falta una hora para el embarque pero decido ponerme en la cola para facturar mi equipaje. Otras 32 libras menos por exceso de peso.

«¡Ufff, por fin libre de tanta carga!»

Con tan solo mi mochila, decido adentrarme en la zona de los Duty-Free. Está claro que esos precios son totalmente incompatibles con lo que llevo en la cartera, así que solo puedo pararme y disfrutar de los animados escaparates navideños. ¡Espero que no me cobren!

Ya solo queda asegurarme de que no me falta nada. Una última comprobación entre mis cosas y...

«¡Todo en orden!»

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Miércoles 23, 22:30 h

Una vez en la cola de embarque, ya me relajo. La fila no es muy larga; está claro que con esto del coronavirus la gente no se decide a viajar.

Un policía me pide el pasaporte y me pregunta cuatro cosas sin importancia.

«Por suerte, no tengo pinta de terrorista.»

Se acerca el perro, olisquea mis zapatos, da una vuelta a mi alrededor y se sienta frente a mí.

«¡Qué majo este perro, quiere que le acaricie! Una lástima que no tenga una golosina.»

De repente, dos policías se acercan y me piden, amable pero contundentemente, que salga de la fila y les acompañe.

«¡Pero si ya estoy en la puerta de embarque!
¡Soy el siguiente!»

Vuelven a repetirme que les acompañe.
Uno de ellos, se cuadra frente a mí y en perfecto español, con acento andaluz, me dice:
—¡Acompáñeme y traiga su equipaje! —este acaba de llegar de Gibraltar, pensé.

Con un policía delante y otro detrás me llevan a una sala más parecida a una enfermería que a un calabozo.

—El perro ha detectado sustancias en su equipaje —me dice el agente que habla español. Me echo a reir, la única vez que probé un porro fue en un viaje de estudios antes de acabar la carrera y del colocón que me dio no lo volví a probar.

—Deposite todos sus objetos en esta bandeja.

Llaves, pasaporte, informe PCR, cartera, el poco dinero suelto que llevo, el móvil. Vacío la mochila y mis bolsillos.

«Todas mis pertenencias no ocupan ni media bandeja.»

A continuación dejan la bandeja en el suelo y, nuevamente, el perro se pone a olisquear. Esta vez no se sienta, no detecta nada en la bandeja, el agente me acerca el perro, me olfatea y tampoco se sienta.

«Creo que eso es buena señal.»

Cuando se acerca a la mochila, empieza a ladrar. Me ordenan que vacíe la mochila, le doy la vuelta del revés y no cae nada. Más vacía no puede estar... o sí.

Sacan un hisopo, o sea, el típico bastoncillo de la serie CSI. Lo restriegan por todo el interior, especialmente por las costuras y lo meten en la máquina de análisis de estupefacientes.

Unos instantes después aquella infernal máquina empieza a pitar: positivo en opiáceos, positivo en opiáceos.

Los veinte minutos que vinieron a continuación prefiero obviarlos. Digamos que me hicieron una revisión "en profundidad" y, como era de esperar, no hallaron nada.

Esta vez, sin ningún miramiento, metieron todo el contenido de la bandeja en una bolsa de plástico y me acompañaron de nuevo hasta la puerta de embarque. Allí me dejaron frente a la gran cristalera.

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Miércoles 23, 23:08 h

Las puertas cerradas, mi avión iniciando el despegue y yo en tierra, sin equipaje, sin apenas dinero y todos los vuelos cancelados indefinidamente por culpa de la nueva cepa de coronavirus.

Para colmo, por megafonía dan indicaciones para abandonar las instalaciones, al menos, eso me pareció entender en la lengua de Shakespeare.

«Ya decía yo que trabajar con un mexicano, dos turcos y un pakistaní no era la mejor manera de aprender inglés»

Cinco minutos después, las persianas de la cafetería y los Duty-Free estaban bajadas. Debería salir del aeropuerto en menos de diez minutos pero sin dinero y sin tener a donde ir, decido quedarme a pasar la noche en una de las innumerables salas de espera.

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Jueves 24, 00:52 h

Ya veis, amigos, aquí me encuentro el día de Nochebuena, solo y atrapado en un aeropuerto vacío, cenando una barrita energética y leyendo vuestros cuentos de Navidad.

Gracias por estar ahí y compartir.

Creado especialmente para el grupo: 

"Cómo escribir relatos cortos y divertirse". 

Reto cumplido

FELICES FIESTAS y cuidaos!!!

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Viernes 25, Día de Navidad, 10:08 h

«Buenas noticias. ¡Por fin he podido salir de Reino Unido!»

Con 4000 camiones atascados en la frontera de Calais, queriendo entrar en Inglaterra, he tenido la suerte de encontrarme con un camionero asturiano que ya está de regreso.

Entre polvorones, sidra y villancicos esperamos llegar antes de las uvas de Nochevieja. ¡Feliz Año!

Esteban Rebollos (Diciembre, 2020)



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