sábado, 3 de abril de 2021

[ 2' 10'' ] Conflicto de intereses

 




  

Cuando sufrí ataques de pánico, ella supo calmarme.

Cuando ingresé en el hospital, ella durmió en la butaca.

Cuando entré en coma, ella...

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La conocí el día de mi noveno cumpleaños. Supongo que mi padre creyó que, después de un año de relación, esa fecha sería el momento idóneo para su presentación en sociedad. No pudo elegir peor día.

Mi madre había muerto cuatro años antes y, a pesar de ello, ver a mi padre con otra mujer aún me causaba repulsión.

Reconozco que Amanda fue muy prudente ese día. Sabiéndose el centro de atención de todos los invitados, supo guardar muy bien la compostura. Tanto los padres de mis amigos como mi propia familia la observaban como queriendo descubrir en ella algún oscuro secreto.

Siempre en un segundo plano, Amanda solo se dirigió a mí para felicitarme, besarme y entregarme su regalo... una preciosa muñeca que nunca saqué de la caja.

Por algún extraño motivo, tras la celebración, mi padre decidió que su novia, mi futura madrastra, se quedase a dormir. Ahí empezaron los problemas.

Pasé aquella noche llorando hasta que, vencida por el sueño, me dormí acurrucada en una esquina de mi cama.

Cuando desperté, Amanda ya no estaba. Supuse que esa noche había sido una excepción. Desgraciadamente, nada más lejos de la realidad.

Pocos días después, una furgoneta aparcó junto a la fachada principal. Cuando abrieron el portón trasero, un centenar de cajas se encontraban a la espera de ser descargadas. En apenas media hora, todo aquel cargamento ya estaba diseminado por las tres plantas de la casa.

Una infinidad de vestidos, zapatos, libros y demás enseres invadieron cada rincón, arrollando con todo lo anterior. De un día para otro, la casi totalidad de las fotografías de mi madre habían desaparecido y, únicamente, un viejo retrato de ella se mantuvo a salvo en mi cuarto.

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Los siguientes cuatro años ingresé en el hospital en nueve ocasiones. Los diagnósticos médicos indicaban desde casos leves de apneas y miedos nocturnos hasta graves episodios de intoxicación por medicamentos.

Al no encontrar causa que justificase mis padecimientos, fui derivada a distintos hospitales en los que me realizaron pruebas de todo tipo y donde, incluso, llegaron a ingresarme en la unidad de cuidados intensivos.

Durante la última hospitalización, y ante las sospechas fundadas de un delito, se inició una investigación judicial a partir de un informe de los servicios médicos. La última analítica mostraba una alta concentración de fármacos en sangre, muy superior a lo esperado por los facultativos.

Tras cotejar los resultados, la policía recibió la orden de arresto inmediato de Amanda. Por supuesto, no fue difícil localizarla... estaba en el hospital. Finalmente, la detuvieron saliendo de mi habitación.

Acusada de un delito de asesinato en grado de tentativa, con agravante de parentesco, la sentencia dictaminó que mi madrastra sufría síndrome de Munchausen por poderes. Asimismo, el hecho de negarlo todo llevó al tribunal a considerar su frialdad una prueba irrefutable de su ausencia de amor maternal.

Según el veredicto del Tribunal Superior de Justicia, quedó probado que Amanda puso mi vida en riesgo desde el día en que me conoció. Por tales acciones, y considerando que su trastorno mental no era eximente de delito, fue condenada a ocho años y tres meses de prisión.

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Al principio, todo comenzó siendo un juego infantil. El primer año fue sencillo fingir cefaleas, temblores y pérdidas de conocimiento.

Tras la boda, decidí cambiar de estrategia. Comencé a tomar medicamentos, administrándome dosis superiores a las estrictamente terapéuticas, hasta que las analíticas reflejaron resultados alarmantes.

El paso definitivo fue un poco más arriesgado. Aprovechando que estaba ingresada, decidí manipular la máquina que controlaba la dosis de mi medicación y culpar de ello a Amanda. Todo concluyó cuando logré inducirme un estado de coma irreversible.

Mi padre se divorció hace diez años y, desde entonces, siempre ha estado al lado de mi cama, cuidándome.

Esta es la manera que elegí para seguir luchando por su amor.

—¡Ahora, soy feliz!

Esteban Rebollos (Abril, 2021)


1 comentario:

Anónimo dijo...

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