sábado, 30 de marzo de 2024

[ 4' 30'' ] El dibujante



En lo profundo de la noche, cuando las estrellas tejen su manto sobre el firmamento, Andrea se sumerge en un mundo de trazos y sombras. Desde su infancia ha sido un soñador que encuentra en el papel la manera de plasmar las historias que bullen en su mente. Mientras los lápices se convierten en una extensión de sus manos, las hojas en blanco son territorios esperando ser poblados por sus creaciones.

Repleto de tintas, acuarelas, hojas de papel y lápices de todas las durezas imaginables, su estudio se convierte en un santuario de creación. Andrea se enclaustra en este refugio rodeado de herramientas de arte, materiales imprescindibles para dar vida a sus mundos de fantasía.

El último encargo, repleto de nuevos personajes, marca un punto de inflexión en su vida. Es la oportunidad de su carrera, la posibilidad de ver su nombre en la portada de un cómic de prestigio internacional. Sin embargo, un plazo de entrega tan ajustado viene acompañado de una presión abrumadora, sumiendo a Andrea en un torbellino de insomnio y ansiedad.

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La noche antes de la entrega, el agotamiento finalmente le vence. Inmerso en un sueño profundo, sus personajes cobran vida en su mente. Hablan con él y, con tono amenazante, le gritan al unísono:

          —¡Déjanos salir! 

Andrea se despierta alterado y, en un ataque de pánico y frenesí descontrolado, rompe la mitad de sus dibujos. Con el corazón aún palpitante, reorganiza los restantes bocetos, modifica los textos de las viñetas y se obliga a volver a la cama. Pero al despertar, el arrepentimiento le invade. ¡Qué demonios había hecho! ¿Por qué había destruido su trabajo? Aunque duda si entregar el proyecto, finalmente decide presentar lo poco que le queda.

En contra de lo esperado, los editores elogian su estilo, la profundidad de sus personajes y la calidad de su técnica. Y, por supuesto, deciden ampliar el plazo de entrega.

Pero no todo podían ser buenas noticias pues algo extraño estaba ocurriendo en su estudio. Por las noches las viñetas desaparecían misteriosamente, los bocetos se desvanecían en la oscuridad y sus lápices de colores aparecían rotos dentro de sus cajas.

Aunque el dibujante atribuyó los extraños sucesos a su propio agotamiento, pronto descubrió que algunos personajes habían salido de las páginas del cómic y se habían adueñado del estudio.

Viendo que los nuevos compañeros no estaban dispuestos a calmarse, decidió buscar ayuda profesional. Para ello, recurrió a psicólogos y médiums con la esperanza de encontrar una explicación plausible. Pero las respuestas recibidas sembraron más confusión en su mente. Los primeros sugirieron que estaba experimentando alucinaciones inducidas por el estrés, mientras que los segundos insinuaron que el dibujante había abierto un portal entre el mundo de la ficción y la realidad.

Afortunadamente, durante un breve descanso, soñó con un sabio anciano que le desveló el secreto para restaurar el equilibrio. Andrea tomó sus lápices y, con determinación, se dibujó como un personaje más de sus propias historias. Allí, entre las páginas, se enfrentó a sus demonios, luchando contra las criaturas que él mismo había creado. Aquella fue una batalla épica, una lucha entre la realidad y la ficción, entre el artista y su obra.

Finalmente, Andrea se había enfrentado a sus miedos, consiguiendo recuperar la armonía. Y aunque sabía que la lucha nunca terminaría, mientras tuviera sus lápices en la mano y más historias en su corazón estaría listo para enfrentarse a cualquier desafío.

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Meses después, durante una fría noche de invierno, Andrea sintió una presencia moviéndose sigilosamente a su espalda. Con el corazón latiendo con fuerza, se volvió hacia la figura y lo que vio lo dejó sin aliento. Frente a él estaba uno de los personajes más oscuros y retorcidos, surgido de su propia imaginación. Su mirada ardía con una intensidad feroz y sus labios, curvados en una sonrisa siniestra, revelaban su verdadera naturaleza.

          —¿Qué haces aquí? — preguntó Andrea.

Con cada paso, el personaje se acercaba más a él y, aunque el dibujante retrocedía, muy pronto se dio cuenta que no tenía escapatoria.

          —¡He venido a reclamar lo que es mío! —dijo el monstruo, con voz ronca.

Al final, resignado, el artista cerró los ojos y se dejó llevar por la oscuridad.

Ahora, una última viñeta descansa sobre la mesa como recuerdo de quién fue Andrea Parissi.

Esteban Rebollos (Abril, 2024)

Dedicado a mi amigo Andrea Parissi. Dibujante, ilustrador y persona excepcional.