sábado, 25 de febrero de 2023

[ 3' 00'' ] La tristeza de Medea





Dicen que no hay nada más doloroso que perder a un ser querido, especialmente, si se trata de un hijo. Y es verdad, no hay palabras para describir el sufrimiento que se siente al verle partir antes que uno mismo. Pero mi dolor se mezcla con la vergüenza y la culpa, pues el verdadero motivo de su pérdida es que he sido una pésima madre y esposa.

Las primeras semanas después del accidente, me sumí en una profunda depresión al derrumbarse el mundo a mi alrededor. Me resultaba difícil controlar mis emociones y me escondía para llorar en cualquier rincón. A veces me refugiaba en el aseo, otras, en el cuarto de la limpieza, o simplemente me dejaba llevar por la tristeza mientras caminaba por los pasillos.

Sólo encontré alivio asistiendo a las reuniones de apoyo en el centro de psiquiatría. Allí nos juntamos un grupo de mujeres que perdimos a nuestros hijos. Colocamos las sillas en círculo para crear un ambiente de confidencialidad y, así, compartir nuestros problemas y sentimientos. Al principio, me costó abrirme a las demás. Me sentí avergonzada por lo que había hecho y tenía miedo de que me juzgaran, pero luego me di cuenta que es reconfortante saber que no estoy sola, que hay otras compañeras que están pasando por lo mismo y, al igual que yo, buscan la redención.

Sin embargo, no todos los casos son iguales. Según cuentan, el bebé de Almudena se ahogó en la bañera con tan sólo dos meses, los hijos de Sofía desaparecieron una fría noche de noviembre y la hija mayor de Laura murió desangrada en un accidente doméstico. Historias adornadas para ocultar que han sido negligentes con sus hijos o los han perdido de forma violenta, incluso, utilizando sus propias manos. En ocasiones las miro e intento comprender el sufrimiento que las envuelve, pero no es posible, ya que el dolor siempre es indescriptible.

De vez en cuando, las reuniones semanales dejan de ser tristes y emotivas; a veces, nos reímos mientras compartimos los recuerdos felices de nuestros hijos. Hay momentos en los que nos sentimos más livianas, como si el peso del dolor fuera un poco más fácil de sobrellevar pero, al finalizar, cada una de nosotras vuelve a su celda para llorar en soledad. Y allí es donde me doy cuenta de que, aunque compartimos el dolor, yo soy diferente. Sé que no todos comprenden lo que siento pero, aún así, me importa lo que piensan. Estoy segura de que mi exmarido cree que soy un ser despreciable por haber matado a nuestro hijo.

Me encuentro ingresada en el pabellón de psiquiatría, dentro del módulo de reclusas peligrosas. Cuando llegué me dijeron que mi pequeño de cinco años había muerto. Es verdad que no recuerdo bien aquella noche, pero sé que la suerte no tuvo nada que ver con ello. Tras el juicio quedó probado que fui yo quien soltó su cinturón de seguridad para después estrellar mi coche contra uno de los pilares del puente.


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Sabes que lo hice por despecho y comprendo que no quieras perdonarme. Sólo deseo que algún día puedas entender que estoy tratando de hacer bien las cosas. Ahora, mi objetivo es recuperarte y, si me esperas, te daré otro hijo.


Esteban Rebollos (Febrero, 2023)


miércoles, 22 de febrero de 2023

[ 2' 40'' ] Un encuentro casual




No fue la primera vez que te vi sentada en ese banco. Aunque eres una mujer joven, tu postura encorvada y tu mirada perdida me indicaron que tenías problemas.

Me preocupó verte allí, tan sola y triste, que decidí acercarme; quizás unas palabras de aliento harían que tu rostro reflejase una sonrisa.

Me aproximé con cautela, sin querer incomodarte, y me senté a tu lado en el banco. Recuerdo que alzaste la vista y, sin decirme nada, fijaste tus ojos en los míos; solo entonces te reconocí; habíamos coincidido varias veces en la consulta de psiquiatría.

En ese momento no sabía si preferías hablar o deseabas permanecer en silencio. Por suerte, y contra todo pronóstico, empezamos una conversación. Al principio, tratamos temas banales pero, pronto, nuestra improvisada charla derivó hacia asuntos más trascendentales.

Recuerdo que te animé a hablar de lo que te afectaba y confesaste que estabas luchando contra la depresión y la ansiedad y, a pesar de que te sentías identificada con algunas personas del grupo de terapia, seguías abrumada por la situación.

Estuvimos hablando un buen rato y, durante esos minutos, percibí un cambio gradual en tu rostro; poco a poco, aquella dura expresión se fue relajando y, me atrevo a decir, que me pareció percibir algo cercano a una sonrisa. Al terminar, me agradeciste no intentar darte consejos.

Fue emocionante ver cómo una simple conversación provocó un impacto tan positivo. Entonces me sentí feliz, y recordé la importancia que tuvo en mí ser escuchado y recibir apoyo en los momentos más difíciles. No siempre es necesario usar las palabras adecuadas o dar las respuestas correctas, a veces, con estar acompañado uno consigue sentirse a gusto y encontrar la luz al final del túnel.

Nuestras conversaciones continuaron y pude ver cambios significativos en ti. Empezaste a sonreír con más frecuencia, volviste a disfrutar con tu trabajo y encontraste a alguien con quien compartir tu vida.

Años después, aún seguimos en contacto. Cada jueves asisto a terapia: cuarenta minutos hablando de mis problemas y dejándome aconsejar por una persona que consiguió salir de su depresión.

De vez en cuando, coincidimos en el patio del hospital y ahí es donde me cuentas tus secretos; momento en el que me siento feliz por ti, por ver lo mucho que ha cambiado tu vida desde aquella primera conversación.

A pesar de ser tu paciente, espero seguir ayudándote siempre que lo necesites.


Esteban Rebollos (Febrero, 2023)