domingo, 5 de septiembre de 2021

Los crímenes del St. Paul´s

 



Los crímenes del St. Paul´s


—1— El problema
Aunque ya había sido expulsada de clase en más de una docena de ocasiones, tener que recogerla en comisaría había colmado la paciencia de su padre. Desde hacía unos meses su familia se planteaba, no solo cambiarla de colegio sino, incluso, de Estado.
Las reiteradas visitas a prestigiosos psicólogos no habían tenido el resultado esperado y, ahora, todos creían que la muerte de su madre solo era una excusa recurrente para hacer todo lo que le viniese en gana.
En plena campaña electoral no era el mejor momento para preocuparse por una adolescente descarriada pero sabía que si no ponía remedio a esta situación, en unos meses, la habría perdido para siempre.
—¿Imposible? ¡Nada es imposible! Va siendo hora que en ese colegio algo cambie. ¡O eso, o te envío a la puta calle! ¡Tú decides!
Colgó el teléfono, dejando al rector con la palabra en la boca. A partir de ese momento, quedó claro que el St. Paul's no volvería a ser lo que había sido antaño.
Beth recibió la noticia del cambio de colegio como una oportunidad de evitar el férreo control que suponía convivir con su familia. De un golpe, se libraría de un padre siempre ausente, una madrastra apenas diez años mayor que ella y unos abuelos excesivamente protectores. La promesa de un coche nuevo también influyó en su predisposición a seguir los consejos de su padre. Era momento de hacer las maletas.


—2— Una mala decisión
El señor Thomas Highfield III golpeó la mesa con todas sus fuerzas. Nunca antes lo habían visto tan enfurecido como en esta ocasión y, ante ese arrebato de ira, todos los miembros de la Junta Rectora guardaron silencio a la espera de oír sus palabras.
—Como bien saben, desde 1856 en el St. Paul's solo hemos admitido alumnos varones. Por eso, muy a mi pesar...—hizo una pausa dramática, respiró profundamente y prosiguió, diciendo — les informo que, a partir del próximo curso, nos vemos en la obligación de admitir alumnas— espetó, dejando boquiabiertos a los allí presentes.
El que había sido acérrimo defensor de una educación segregacionista, una educación solo para futuros magnates, presidentes y consejeros, todos ellos hombres, había cambiado radicalmente sus planes de estudios. Nadie sabía las verdaderas razones pero, seguramente, una espléndida donación, unida a las promesas postelectorales de su amigo el gobernador habían influido en dicha decisión.
—Este próximo curso albergaremos a veintidós alumnas; para ello, se acondicionará temporalmente la segunda planta del comedor central y a finales de año pondremos la primera piedra para la construcción del primer pabellón femenino en la historia del St. Paul's.
Se hizo el silencio entre los asistentes hasta que un aplauso, iniciado tímidamente por una de las nuevas profesoras, sirvió como detonante de una gran ovación por parte de todos los presentes en la sala.


—3— Las obras
Como si todo estuviese organizado mucho antes del controvertido anuncio del rector Thomas Highfield en la Junta extraordinaria, en apenas una semana, se iniciaron las labores de reacondicionamiento de la que sería la primera residencia para alumnas del St. Paul's.
El edificio, un antiguo pabellón de caza, se había utilizado como comedor y almacén durante los últimos ochenta años. Elegido por estar estratégicamente ubicado cerca de la rectoría, resultaba el lugar idóneo para alojar a las alumnas. Alguien decidió que ese era el mejor emplazamiento para tenerlas protegidas y, sobre todo, controladas.
Empezaron por sacar todos los trastos viejos que se encontraban amontonados en la segunda planta y en el altillo del edificio. Se llenaron tres camiones de mesas, sillas y pupitres, además de una infinidad de cajas con toda clase de enseres. Nuevos o viejos, todos ellos fueron a parar directamente al vertedero municipal. No había tiempo para seleccionar lo allí guardado.
Una vez vaciado el amplio local, una nutrida cuadrilla formada por carpinteros, fontaneros y electricistas destriparon suelos y paredes para acabar la obra en tiempo récord. Las obras se terminaron en solo tres semanas, gracias al apoyo altruista de un ciudadano que, aunque se mantuvo en el anonimato, todos sospechaban que se trataba del gobernador. A finales de agosto, dos semanas antes del inicio del curso escolar, todo estaba preparado para la visita de padres y alumnas.
La segunda planta acogía una gran sala con veintidós camas para las estudiantes, un dormitorio para el ama de llaves, aseos, vestuarios, un pequeño salón de lectura y una cocina con lo mínimo imprescindible para la preparación de café y sándwiches a medianoche.
No solo se remodeló el interior, sino que la fachada principal sufrió cambios importantes. Se modificó la ubicación de la antigua entrada al comedor y se construyó una magnífica escalera para dar acceso directamente a la segunda planta. El proyecto se remató con una placa conmemorativa en la que se indicaba la fecha de inauguración del primer pabellón femenino en toda la historia del afamado St. Paul's.


—4— La llegada
Ni los campeonatos de Lacrosse, ni las competiciones de atletismo, ni tan siquiera las populares regatas anuales habían creado tanto interés entre los alumnos del St. Paul's como la ansiada llegada de las chicas.
Desde el fin de semana anterior al comienzo de las clases, el campus era un hervidero de rumores, apuestas y testosterona a flor de piel. El autocar de las alumnas tenía prevista su llegada el domingo por la mañana y en el ambiente se notaba un cierto nerviosismo, no solo por parte de los alumnos sino también por todo el profesorado.
A las 12:30, como estaba previsto, el autocar cruzó bajo el arco de la puerta principal del St. Paul's ante la atenta mirada de los allí congregados. Con la intención de dar cierta solemnidad a ese acto, la Junta Rectora organizó una comida de bienvenida y una ruta guiada por las instalaciones del campus a los padres de las nuevas alumnas. Era el momento de impresionarles con la nueva residencia femenina.
Durante toda la tarde, regueros de personas recorrieron cada uno de los rincones del campus. La rectoría, el anfiteatro, los pabellones masculinos e incluso, las zonas verdes alrededor del lago estaban abarrotados de jóvenes nerviosos en el que sería el último día de puertas abiertas desde 1856.
Para la hora de la cena, todos los actos de bienvenida habían concluido. Los familiares de las chicas ya habían abandonado las instalaciones y un sentimiento de tristeza, junto con un silencio sepulcral, se apoderó de todo el recinto.
A pesar de pertenecer casi todas ellas a las mejores familias de New Hampshire, cuatro chicas se escaparon por una de las ventanas del dormitorio. Por suerte, antes de acceder a las habitaciones de los chicos, fueron descubiertas y tuvieron que ser obligadas por el ama de llaves a regresar a su pabellón. La primera noche quedó patente que había habido un punto de inflexión en la historia de la escuela.
En esa ocasión, no se tomaron represalias pero...
pronto llegarían los problemas.


—5— La última escapada
El curso estaba a punto de concluir. A pesar del cambio del plan de estudios por haber admitido alumnas, la normalidad académica se estableció durante casi todo el año. Un control férreo por parte de la Junta Rectora, el profesorado y, sobre todo, la amenaza de una expulsión fulminante ante cualquier muestra amorosa, habían calmado los ánimos del alumnado.
Bueno, eso creían ellos.
Ya desde el principio del curso, tres alumnas decidieron escaparse del colegio. Para ello, aprovechando los cambios de turno del personal de seguridad, las chicas cortaron un tramo de alambrada que quedaba oculto tras unos matorrales.
Desde que conocieron a varios chicos mayores que ellas en Concord, sus salidas se volvieron rutinarias. Para evitar que hubiesen rumores, les mintieron en su edad y, sobre todo, ocultaron ser alumnas del Saint Paul's. Se inventaron una segunda vida como estudiantes universitarias.
La última noche, las tres chicas decidieron celebrar el fin de curso fuera del recinto del Saint Paul's. Para ello se vistieron con ropa de calle, se calzaron zapatillas deportivas y metieron los zapatos junto con otros artículos en una pequeña bolsa.
La ayuda de maquillaje, labiales, rimmel y, sobre todo, unos altos tacones hicieron de ellas las chicas universitarias que, verdaderamente, siempre quisieron ser.


—6— El hallazgo
Bill barrió las últimas hojas que habían quedado esparcidas en el sendero al embarcadero. En apenas media hora su jornada habría acabado y, la verdad, después de toda una mañana podando arbustos y una tarde reparando tablones envejecidos, estaba pensado en tomarse una cerveza bien fría sentado en el salón de su casa. Pero las cosas no acaban siempre como a uno le gustaría.
Ya de regreso hacia la cabaña de mantenimiento, una mancha oscura en el fondo del lago llamó su atención. Al principio no llegó a distinguir bien lo que era, pero pronto descubrió lo que parecían dos cuerpos atados, espalda con espalda, sumergidos a poca distancia de la cabaña. Se agachó, apartó las hojas que flotaban sobre las tranquilas aguas y se quedó durante unos segundos en estado de shock mirando hacia el fondo.
En esos instantes no sabía bien qué hacer y, sin pensarlo dos veces, empezó a correr hacia el único lugar del campus donde encontraría a alguien a aquellas horas. Mientras que las dos primeras plantas del edificio Principal permanecían a oscuras, a través de los grandes ventanales de la tercera planta se distinguía la estirada silueta del rector.
Bill llegó a la puerta del edificio casi sin poder respirar. Apretó el pulsador con tanta fuerza que llegó a hundirlo en la pared y, mientras esperaba que le contestasen aprovecho para realizar unas profundas y largas inspiraciones y, así, recobrar un poco de aliento.
Tras unos interminables segundos, la gran puerta se abrió ante él.
— ¿Qué sucede, Bill? ¿Qué ocurre? —le preguntó el señor Highfield al verlo en ese estado.
—¡Señor!, ¡Dos chicas!, Hay dos chicas en el fondo del lago. ¡Están muertas! — dijo con la poca fuerza de voz que aún le quedaba.
Highfield palideció y sólo acertó a decir:
—Debemos llamar a la policía.
Cuarenta minutos después, tres coches de policía, dos furgones forenses y una multitud de medios de comunicación llegaron a la St. Paul's School de Concord.
El rector Highfield no sabía como gestionar esa situación.


—7— Las primeras investigaciones
En las primeras investigaciones quedó patente que habían sido tres chicas las agredidas dentro de la cabaña y en las inmediaciones del embarcadero. Dos de ellas, las descubiertas bajo el agua, con resultado de muerte y otra, aún desconocida, habría sufrido las mismas agresiones pero, que según todos los indicios, habría escapado a la muerte.
Dos días después de la finalización del curso académico, solo quedaba en el campus el profesorado y el personal de mantenimiento de las instalaciones. Todo en la investigación apuntaba que las agresiones y los asesinatos habían sido peropetrados por alumnos del propio colegio.
Por su parte, las autoridades policiales decidieron, en una maniobra fallida, reunir a todo el alumnado de nuevo en el colegio pero los padres, siempre aconsejados por sus caros abogados, se negaron a que sus hijos volvieran de nuevo a Concord.
Sin indicios de culpables y tras una intensa campaña estival para limpiar la imagen del colegio, se decidió continuar con la actividades docentes una vez pasado el verano. A pesar de lo ocurrido, solo seis chicas no decidieron retomar sus clases para el curso siguiente.
Los acontecimientos acaecidos paralizaron las obras previstas y el nuevo curso comenzaría con el mismo número de plazas para chicas que el año anterior.


—8— La huida
Una llamada fue suficiente para sacarla de allí. En esta ocasión, Beth no había contactado con sus padres, ni sus abuelos. Solo había una persona que no cuestionaría sus decisiones y esa no era otra que la hija del abogado de la familia, Laura Evans, una joven que, junto con su hermano mayor, trabajaba para sus padres desde hacía más de diez años. Ahora, prestaban sus servicios bajo la firma "Evans & Sons, Attorneys at Law".
Laura Evans condujo toda la noche para encontrarse con Beth en un área de servicio cerca del colegio.
Beth ya tenía la maleta medio preparada para empezar sus vacaciones estivales, pero los acontecimientos de aquella noche adelantaron la salida de Concord, al menos doce horas.
Como todos los años, la última semana de clase había sido un verdadero caos. La mayoría de los estudiantes abandonaban la escuela inmediatamente tras haber realizado el último examen, sin tan siquiera esperar a la nota de ese cuatrimestre. Por tanto, el número de alumnos que habían asistido a la fiesta se había reducido sustancialmente.
Beth metió su uniforme escolar ensangrentado y sus zapatos en una bolsa de deporte. Se ducho con agua fría para borrar todo rastro de sangre y tras salir de la ducha y secarse, se aplicó pomada antibiótica y cubrió sus heridas con vendas. No pudo quejarse y mucho menos gritar para no despertar al resto de las alumnas. Se vistió con unos tejanos, una camisa blanca y se calzó unas zapatillas de deporte, justo lo que necesitar para huir corriendo.
A las cuatro de la mañana Beth metió sus maletas en el coche de Laura y tras darse un abrazo, ambas salieron del área de servicio. En toda la noche, pararon, únicamente, para repostar gasolina, asearse un poco y comprar un par de sandwiches en un "take away 24 hours".
A Beth le esperaba el peor verano de su vida...


—9— La autopsia
Las familias no pudieron recoger sus restos y darles sepultura hasta doce días después del macabro hallazgo.
A pesar de haber sido realizados por dos forenses, ambos informes parecían una copia uno del otro. No se trataba solo de una violación sino de un ensañamiento desmesurado. Las sádicas prácticas sufridas antes, durante y tras la muerte mostraban la acción de mentes perturbadas. Lamentablemente, la acción del agua evitó encontrar restos biológicos que permitiesen ayudar a una pronta solución.
La investigación policial descubrió que la puerta de acceso a la cabaña de mantenimiento había sido forzada y habían robado algunos materiales utilizados en jardinería. Entre ellos, las cuerdas con las que habían maniatado a las jóvenes, así como tijeras de podar y otras herramientas con las que hicieron tales atrocidades.
Por suerte, Bill, había quedado exculpado desde el primer momento ya que tenía una sólida coartada para la noche de los crímenes.
Las familias prefirieron no conocer la mayoría de los macabros detalles y, por supuesto, durante el funeral mantuvieron los féretros cerrados para, así, recordarlas con la alegría de la adolescencia.
A los funerales, únicamente acudieron los familiares de las chicas, el rector y una mínima representación del equipo docente del St. Paul's.


—10— Un duro verano
Para Beth las vacaciones estivales fueron un calvario. En primer lugar, pasó por un sinfín de clínicas; por supuesto, todas ellas privadas. Tras la agresión en St. Paul, realizó todo tipo de análisis para comprobar que no le hubiesen contagiado alguna enfermedad de transmisión sexual. Se hizo dos pruebas de embarazo, hepatitis y otra de seropositividad. Por suerte, todas los resultados fueron negativos, lo que significaba que, al menos, clínicamente, no tenía ninguna enfermedad.
Psicológicamente, Beth, era una persona fuerte pero la experiencia sufrida le hizo plantearse si merecía la pena seguir viviendo o era mejor acabar con su vida y dejar de sufrir.
Por suerte, eligió la primera opción.
Mientras se curaban las magulladuras tuvo que extremar el cuidado de que sus padres, o mejor dicho, que su padre y su nueva esposa no se percatasen de que este año no se había puesto en bikini hasta que le desaparecieron todas las marcas de la agresión. Pero, lo peor no era la parte visible sino la parte emocional. Este verano, Beth evitó salir con sus amigas, sobre todo, por las noches. Verse rodeada de chicos le ocasionaba una sensación de desasosiego que le impedía disfrutar de la compañía de sus amigas. Por suerte, siempre pudo contar con el apoyo de Laura. Gracias a ella y a sus largas conversaciones, logró evitar la visita a aquellos psicólogos que había necesitado años atrás.
Durante las primeras semanas del verano había jurado y perjurado que nunca volvería a posar un pie en el St. Paul's. No se imaginaba caminando por la zona del embarcadero donde sucedió todo. Pensaba que no sería capaz de superarlo pero, tras unas semanas de reflexión, la sed de venganza pudo más que el temor a regresar.
Una vez que se habían sanado sus heridas corporales decidió que la mejor manera de superar sus miedos era enfrentándose a ellos, no solo enfrentándose sino combatirlos desde el interior. Decidió volver con una sola idea en mente, vengarse por lo que le habían hecho a ella y a sus compañeras.
Sabía que una denuncia no prosperaría. En primer lugar, no contaba con ningún testigo que estuviese de su parte, además, los padres de los agresores eran jueces, abogados o empresarios tan influyentes que buscarían cualquier resquicio legal para librar a sus hijos de la cárcel.
Solo había una manera de acabar con esa injusticia y solo ella podía solucionarlo. Eso, sí, a su manera.
Por suerte, un mes antes del inicio de las clases, Beth se encontraba con fuerzas suficientes para volver al St. Paul's y, sobre todo, para enfrentarse con los agresores y asesinos que se encontraría en unos pocos días.


(Continuará...)