miércoles, 31 de marzo de 2021

[ 1' 50'' ] Juntos

Estaba más delgada, más pálida y más bella que nunca, y él se dirigió a ella con ternura infinita.

-Marina -le dijo de forma tímida-, te amo.

Ella lo miró con ojos llenos de amor y tristeza... y le respondió:
-¿Quién eres?

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Lorenzo llevaba meses planeando aquel encuentro. Su amor por Marina era tan intenso que estaba deseando y temiendo, a partes iguales, que regresara a casa.

Su esposa estuvo ocho meses internada y, en cierta manera, ya no podía vivir con ella, pero tampoco sin ella. Precisamente, por ese motivo, decidió que el reencuentro fuese inolvidable para ambos.

Los meses anteriores a su ingreso habían deambulado de consulta en consulta en busca de alguna esperanza. Por desgracia, los especialistas coincidieron en el diagnóstico y todos los informes reflejaban un mismo final.

Esa mañana, Lorenzo compró flores, velas aromáticas e, incluso, se dejó aconsejar para adquirir un excelente vino. Ese sería el punto culminante de una celebración tan especial.

La acompañó hasta la puerta de la vivienda; al abrirla, Marina se encontró con la misma estancia que había dejado ocho meses atrás, salvo que estaba repleta de flores y velas. El salón mantenía el toque minimalista, acogedor y luminoso que a Marina tanto le gustaba.

Lorenzo la observaba, atónito. Nunca había visto a su esposa tan radiante.

- Marina, ¿estás bien?

- Sí, Lorenzo. Muy bien.

Marina le dio un beso en la mejilla y, sonriendo, entró en el salón. Él la siguió, cerrando la puerta tras de sí. Ella no podía dejar de sonreír. Se sentía feliz. Lorenzo, por su parte, parecía algo nervioso.

Decidió recrear el mismo menú que, pocos años antes, les sirvieron en el banquete de sus "Bodas de oro". Un éxito seguro que, por supuesto, les traería buenos recuerdos.

Comenzando por una "Crema fría de champiñones y queso gorgonzola", aderezada con especias, le siguió un plato de "Salmón al horno con miel y limón" y, como postre, lo que más les gustaba, "Coulant de avellanas y crema helada". Todo ello regado con un buen Borgoña. No se merecían menos.

Tras la cena, pasaron el resto de la velada rememorando viejos tiempos. Así, recordaron el día en que se conocieron, sesenta años atrás, trabajando en la cocina del mejor restaurante de Madrid. Poco después, se enamoraron y, partir de ahí, decidieron apostar por un futuro juntos.

Ojearon los álbumes y, de esta manera, pudieron recordar los buenos momentos junto a sus hijos y sus nietos. Pero hubo una foto en particular de la cual Marina no podía apartar la mirada, la del día de su boda. Quizás en ese momento no recordaba la fecha ni el lugar, pero su rostro hablaba por sí solo. Era una mujer feliz. De repente, la lucidez regresó a la mente de Marina, quien miró a Lorenzo y, acariciándole la mano, le dijo:

-¿Te acuerdas, Lorenzo? ¿Recuerdas la noche que te pedí que te casaras conmigo?

-Claro que me acuerdo. Fue una noche de verano, una noche calurosa. ¡Cómo olvidarlo!

-¿Y sabes qué? Aún te quiero.

-¿Te quieres volver a casar conmigo?

-¡Una y mil veces!- respondió Marina.

Marina sintió una punzada en el corazón y una sensación de alegría la embargó. Entonces, recordó aquel día, cuando le dijo sí a su esposo; recordó la felicidad de cuando nacieron sus hijos; la felicidad de todos estos años juntos. Su rostro se iluminó y decidieron inmortalizar aquel momento, haciéndose fotos abrazados, sonriendo y besándose. Un legado digital que dejarían para la posteridad.

Pasada la medianoche, brindaron por sus familiares. Ella depositó el informe médico y una breve carta de despedida sobre la mesa del despacho, mientras él abría la llave del gas. Aún no era demasiado tarde, podrían arrepentirse, pero se miraron a los ojos y supieron que había llegado su momento.

Se abrazaron y, sin decir una palabra, se acostaron juntos para ya no despertar.

Esteban Rebollos (Marzo, 2021)


miércoles, 3 de marzo de 2021

[ 0' 40'' ] Desde la distancia




Cuando posó el teléfono sobre la mesa sintió una sensación de calma y una sonrisa se dibujó en su rostro.

Una fuerza, hasta ahora desconocida, hizo que lo tomara de nuevo y leyese los mensajes intercambiados pocos minutos antes.

Mientras los leía, sintió un cosquilleo. Se dio cuenta de que las frases allí escritas no eran solo palabras inconexas sino que transmitían sentimientos verdaderos. No tenía duda de que era pronto para cualquier tipo de relación.

—Solo es amistad —se dijo —2000 km es demasiada distancia  —pensó mientras unía dos puntos lejanos en un mapa mental.

Por un minúsculo instante se sintió deseada por un desconocido e intentó borrar rápidamente ese pensamiento de su mente.

—Sigo siendo joven susurró en voz baja.

Recorrió el largo pasillo para mirarse en el espejo de su dormitorio. Realmente le gustó lo que vio. Estaba radiante. Los años la habían tratado muy bien. Ante sí se encontraba una mujer segura de sí misma, una mujer que sabía lo que quería, una mujer capaz de darse tantas oportunidades como le fuera posible. Echó un vistazo a la habitación y vio la chaqueta que su marido había usado el día anterior, decidió guardarla, abrió el armario y la colgó de una percha de madera.

El color de un conjunto de fiesta, casi olvidado en su vestidor, le hizo pensar de nuevo en los mensajes que le enviaba el desconocido. No podía evitar sentirse halagada, pero una parte de ella seguía pensando que aquello era una locura.

Aún eres una hermosa mujer le dijo en voz baja a su reflejo.

Por más que lo intentase, no podía borrar de su mente aquellos mensajes. Precisamente, la incertidumbre de no saber quién los enviaba hacía ese juego más interesante. Siempre le gustó la idea de que alguien pensara en ella y, ahora, un desconocido le dedicaba toda su atención. No dejaba de pensar en él y, para ella, eso era una sensación muy agradable.

¿Qué quiso decir con eso del hilo rojo? ¿Existe realmente esa conexión capaz de unir a dos personas tan distantes? se preguntó. Quizás el destino la estaba poniendo a prueba.

La mujer reflexionó unos instantes. Luego, decidió responder al misterioso mensaje. Sí, creo que existe. Algo nos ha unido, aunque no sabemos exactamente qué es. Pero estoy dispuesta a descubrirlo.

Cerró los ojos y notó una mano acariciándole la mejilla. No se asustó, sino que se concentró y se dejó llevar. Había ternura en ese acto y se sintió bien. Notó unos labios besar los suyos y unas manos recorrer su cuerpo. Pura suavidad. Deseó sentirse amada nuevamente. No había nada malo en ello. En ese momento, la mujer supo que estaba enamorada. No importaba la distancia, ni el tiempo, ni nada. Lo sabía, y era feliz. Se trataba de un juego en el que, únicamente, importaban ellos dos.

—Imposible pensó —Es imposible hacer el amor sin tocarse, sin besarse.

—Si lo deseas... nada es imposible —le susurró él desde la distancia.


Esteban Rebollos (Marzo, 2021)