sábado, 25 de marzo de 2023

[ 3' 40'' ] El reencuentro





No hay sensación más gratificante que la producida por una buena ducha tras una larga jornada de trabajo. Mientras que el vapor y los chorros de agua caliente le liberan de la tensión acumulada, un dolor persistente en el hombro y una cicatriz en su brazo le recuerdan, constantemente, que la vida puede cambiar en un instante.

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Su humilde origen junto con la repentina pérdida de su padre le obligaron a dejar su pueblo y probar suerte en la gran ciudad. Su vida podría haber dado un giro inesperado cuando ganó un torneo de póker, pero en lugar de continuar por ese camino incierto, decidió enfocarse en algo más seguro y, aconsejado por su novia, apostó por invertir el premio en un pequeño local. Tras años de esfuerzo y dedicación logró convertirlo en una compañía de inversiones.

Desde el primer momento, dejó claro que tenía un don para las finanzas y pronto descubrió su habilidad en los negocios y su capacidad a la hora de tomar decisiones difíciles. Durante toda su trayectoria profesional utilizó sistemas poco convencionales alejados de las reglas absurdas que había aprendido en la universidad. Sin embargo, los resultados hablaban por sí solos y con el paso del tiempo se convirtió en uno de los inversores más ricos, respetados y exitosos del mercado bursátil.

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Utilizó dos toallas para secar su cuerpo y, al finalizar, las depositó en la cesta de la ropa sucia. Sobre la cama, cuidadosamente dispuestos, encontró una camisa de Armani, unos pantalones de motociclismo y una elegante cazadora de piel. Con cuidado, se vistió y se perfumó. Eligió con esmero un reloj adecuado para la ocasión y rebuscó, entre todas las gafas de sol que tenía, las más apropiadas para conducir en moto.

Una vez en el recibidor, sus ojos se fijaron en la cómoda de roble. Sabía que allí guardaba sus tesoros más preciados. Con calma, abrió el segundo cajón; de él sacó una caja envuelta en papel de regalo, adornado con motivos infantiles. Sus lazos de seda parecían haber sido atados por un artista; sin duda se trataba de un trabajo minucioso y detallado. Seguramente contenía el obsequio perfecto para la pequeña Sarah.

Dejó la caja y decidió centrarse en el sobre que yacía a su lado. Le sorprendió comprobar como el papel de alta calidad, junto con el sello de lacre rojo, hacía que el sobre pareciese más importante. Con sus dedos temblorosos, lo abrió, echó un vistazo a su interior y se aseguró de que se encontraba su carta junto con varios billetes de avión a un destino exótico, esos que solo se ven en las revistas de viajes. Ahora, finalmente, tendrían la oportunidad de escapar de su rutina y disfrutar de la belleza de aquel destino.

Después se dirigió hacia el garaje. Con una pequeña sacudida, la vieja y fiel Harley-Davidson cobró vida. Había sido un capricho costoso, regalo de su esposa Rachel, como recompensa por ganar su primer millón. El rugido de aquel motor le evocó tiempos pasados, tiempos mejores. Se incorporó a la carretera para recorrer el trayecto que había hecho tantas veces pero que aún le llenaba de emoción. El viento en su rostro, la sensación de libertad y la velocidad le permitían olvidarse del resto del mundo. Sabía que su Harley era su compañera fiel en cada aventura y se sentía agradecido por los momentos que podía pasar a su lado. Al igual que su esposa, formaba parte de su alma.

El tiempo se le agotaba. El encuentro era a las ocho menos diez y, por una vez en su vida, no quería llegar tarde a una cita tan importante. Le quedaban 32 millas por delante y contaba, tan solo, con una hora para llegar a su destino.

-¿Quién demonios se cita a una hora tan inusual como las ocho menos diez de la noche?- se preguntó entre susurros.

Surfeaba las curvas con una técnica impecable y, aunque en ningún momento pisó el freno, tampoco excedió los límites de velocidad. Conocía esa carretera a la perfección; cada fin de semana, recorría la distancia que separaba la ciudad de Providence de las cristalinas aguas de Newport. Cuando vio la infinita recta del puente de Jamestown-Verrazzano resistió la tentación de acelerar y se mantuvo a una velocidad prudente, rozando justo el límite. Al llegar a la isla de Rhode Island se encontró, de nuevo, con una carretera serpenteante que le obligó a reducir la velocidad. Sin embargo, tras pasar por el peaje del puente Claiborne Pell, más conocido como Newport Bridge, decidió dar más gas a la moto, inspiró profundamente y, entonces, sus pulmones recibieron una sobredosis de salinidad procedente de la bruma de la bahía. Después, la aguja del velocímetro empezó a subir de forma uniforme, superando las 80, 100, y finalmente, 120 millas por hora. Una vez sobrepasada la mitad del puente giró bruscamente el manillar y su moto hizo un quiebro extraño, estrellándose contra uno de los pilares de hormigón. 

Aunque inexplicable, había sido una decisión meditada durante años. Exactamente..., cuatro años; el tiempo transcurrido desde que su esposa y su hija perdieron la vida en ese mismo lugar. Durante todo este tiempo la culpa le persiguió, pues era él quien conducía el BMW el día del accidente. Intentó buscar una y mil excusas para no sentirse responsable: Quizás no debía haber bebido aquella cerveza, quizás los últimos rayos de sol le habían deslumbrado, quizás circulaba demasiado deprisa. Ahora, nada de eso importaba.

La circulación del carril en dirección Este había sido bloqueado pocos metros después del peaje, en cambio, en el otro carril se había formado una larga cola de vehículos de conductores que aminoraban su velocidad para satisfacer su curiosidad. Los empleados de la funeraria llegaron para retirar el cadáver que estaba atrapado entre los restos de la moto destrozada, mientras un trabajador de limpieza de carreteras esparcía arena sobre la mezcla de sangre y combustible que se había derramado por el asfalto.

Entre el amasijo de hierros descubrieron una caja que contenía los restos destrozados de un osito de peluche y un sobre, con una carta escrita por Jacob años atrás. Ahora, tal vez algún empleado de limpieza esté disfrutando de unas exóticas vacaciones gracias a esa inesperada recompensa.

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A pesar de no haberme despedido de vosotras, lo que realmente importa es que estamos juntos de nuevo y solo lamento no haber tomado antes esta decisión.

Siempre noté vuestra presencia y ahora que estoy aquí, todo ha cobrado sentido. Puedo abrazaros y prometo que nunca más os abandonaré.

Rachel y Sarah, os amo con todo mi corazón.

Jacob Brandon

Esteban Rebollos (Marzo, 2023)