viernes, 7 de agosto de 2020

[ 2' 40'' ] Cadena de favores - Serie Maine (VIII)




Dawson, ¿Recuerda que me debe una?
- Sí, claro, jefe... ¿A quién hay que romperle las piernas?
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A pesar de todo lo que pudiera parecer, desde hace dos décadas, los índices de delincuencia en Bangor siguen una curva descendente. Está claro que la corrupción del Departamento de Policía no se refleja en las estadísticas oficiales. Aunque los métodos utilizados por el sheriff son poco ortodoxos, nadie duda de que es altamente eficaz controlando su ciudad.
A primera hora de la mañana, un aviso del agente James Dawson informó sobre un extraño incidente en la mansión de un reconocido abogado de la ciudad.
En esta ocasión, la comitiva formada por el coche patrulla y el equipo forense, iba precedido por el todoterreno particular del sheriff. Todos ellos atravesaron las tranquilas calles del centro de la ciudad sin apenas llamar la atención. Si querían realizar su trabajo eficientemente debían llegar antes de que los medios de comunicación emitieran las imágenes en los informativos de la mañana.
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La primera vez que empuñó un arma apenas tenía siete años y, desde entonces, no había dejado de matar. Primero fueron lagartijas y pequeños pájaros, a continuación jabalíes y ciervos, más tarde, varias misiones en la Guerra del Golfo y ahora acababa de disparar contra un hombre blanco en su propia casa.
- ¡Qué coño ha pasado! ¡A ver cómo explico esto! - se dijo Dawson, con la pistola, aún humeante, en sus manos.
Al ver el estado del cuerpo que se encontraba a sus pies, se dio cuenta de que no lo solucionaría sin pedir ayuda.
Cuando el sheriff llegó a la mansión, no pudo reprimir su enfado. - ¡Joder, Dawson... Se trataba de un pequeño susto, no de vaciar el cargador!
Como en ocasiones anteriores, el Departamento de Asuntos Internos abriría una investigación que finalizaría, como mucho, en una amonestación administrativa y uno o dos meses sin sueldo. En su defensa, declararía que el joven abogado le atacó, sin motivo aparente, tras abrirle la puerta.
Aún, así, no podía cometer ningún error o su carrera como agente de la ley sería historia. De todos modos, a James Dawson no le importaban las sanciones sino la palmadita de aprobación que recibiría de su jefe y amigo, el sheriff Raymon Stalker.
No era el primer trabajo de este tipo que realizaba. Ya había roto brazos, partido piernas e incluso asesinado por encargo antes, pero, en esta ocasión, reconocía que se le había ido de las manos.
Una vez más, Dawson habló con el supervisor del Dpto. de Recogida de Muestras y dijo eso que tanto odiaba, "Hoy por mí, mañana por ti". Una hora más tarde, entre las pruebas ya se encontraba un cuchillo de grandes proporciones, una bolsita de polvo blanco y una listado de traficantes de poca monta.
Estas falsas evidencias permitían desviar la atención sobre el verdadero motivo de la muerte del abogado y, así,  crear una nueva línea de investigación ficticia.
El hecho de que el fallecido fuera un hombre blanco, de rasgos caucásicos, evitó que la expresión "brutalidad racista" apareciera en la portada de los diarios y, con ello, los habituales disturbios en las ciudades del país.
Oportunamente, el informe de la autopsia también confirmó la versión inicial de que el joven se encontraba bajo los efectos de las drogas en el momento de su muerte. Ahora James le debía otro favor más al forense.
Y ya por último, un fallo en la cadena de custodia de pruebas facilitó la desaparición de unas fotos escandalosas entre la exmujer del sheriff y el joven fallecido.
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- ¡Ray, cariño, te dije que le rompieses las piernas, no que le mataras!
- Pero, ¿por qué?
- No podía permitir que el muy cabrón me dejara por una jovencita - dijo Allison, mientras se subía en el Mercedes SLK que un día perteneció al abogado.
- ¡Me debes una, Ally! - exclamó el sheriff, esbozando una sonrisa de complicidad.
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Tras veinte años de matrimonio, dos hijos y un divorcio, Raymon y Allison nunca han dejado de tener sus encuentros amorosos. A pesar de todo, aún confían el uno en el otro y, por supuesto, no dudan en pedirse toda clase de favores.

Esteban Rebollos (Agosto, 2020)





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