miércoles, 28 de diciembre de 2022

[ 2' 26'' ] Al mal tiempo, buena cara



Sergio, un año más, comió las uvas en soledad. Cada Nochevieja, desde que enviudó, coloca dos copas de cava en su mesa, una por él y otra por su amada, Aurora. Ella partió sin esperarle y él, una y mil veces, pensó en seguirla pero, por suerte, nunca tuvo el coraje de hacerlo.

María, en cambio, a pesar de estar rodeada de su multitudinaria familia, también comió las uvas en soledad. Con un divorcio traumático a sus espaldas, había aprendido a desconectar de todos los que la rodeaban y centrarse, únicamente, en sus recuerdos.

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A pesar de lo que pudiera parecer, las vidas de Sergio y María no distan mucho la una de la otra. De hecho, ya han coincidido en alguno de los comercios del barrio. Sus inusuales puntos de encuentro, entre otros, han sido el banco, la farmacia y, en múltiples ocasiones, el supermercado. Lugares en los que han intercambiado miradas y sonrisas; un signo inequívoco de complicidad.

Aquella mañana, Sergio salió muy temprano dispuesto a realizar las compras de última hora pero, antes de pasar por el mercado, decidió llevar su colada a la lavandería. Sin duda, una vieja superstición para iniciar el año con buena suerte.

Al llegar al establecimiento, una sorpresa le alegró el día. Allí estaba María, portando un cesto de ropa recién lavada lista para la secadora. Él, por su parte, sacó varias sábanas y mantas de un petate militar y las introdujo en la lavadora industrial. A continuación, se inventó la excusa de no tener cambio para iniciar una conversación con ella y, durante los siguientes cuarenta minutos, ambos mantuvieron una charla amena y distendida.

Una hora más tarde, por fin, pasó por el mercado donde compró todo lo necesario para preparar una espléndida cena, aún sabiendo que esa noche no tendría compañía.

Tras su conversación, ambos tuvieron la agradable sensación de haberse encontrado con un viejo compañero de Universidad, una antigua novia o un hermano al que se le hubiese perdido la pista hacía décadas.

María, a pesar de no haber salido de casa, en varias ocasiones se asomó a la ventana con la esperanza de encontrar un rostro amable mirándola desde el otro lado de la calle. Por desgracia, nadie esperaba bajo la lluvia.

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Una vez acabada la cena, Sergio descorchó una botella de cava y brindó por Aurora, su querida esposa, fallecida cuatro años atrás.

Por su parte, María, después de las campanadas, se preparó un té bien caliente con la intención de acostarse y dormir plácidamente, pero, alertada por el resplandor de un rayo caído a escasa distancia, cambió sus planes. Interpretó aquel hecho como un punto de inflexión en su vida, un despertar hacia una realidad en la que sus emociones tomaban fuerzas. Fue entonces cuando tuvo la imperiosa necesidad de salir a la terraza desde donde observó la luz cálida que desprendía el salón del chalet que tenía enfrente.

Sergio, finalmente, se había quedado dormido pensando en la belleza y simpatía de María pero, de pronto, el incesante golpeteo de una rama contra la cristalera del salón le despertó, invitándole a acercarse a la ventana. En ese instante, al verle, María agitó su brazo en señal de saludo y Sergio no pudo evitar responder con una sonrisa. Entonces, ella alzó su copa y él, con el corazón a mil, le devolvió el brindis.

Minutos más tarde, María se dejó llevar por un impulso desconocido hasta entonces; fue a la entrada, sacó su abrigo del armario, cogió un paraguas y, con un "Vuelvo pronto", salió velozmente de casa. Empujada por esa misma fuerza, extraña, inexplicable, que percibió durante todo el día, cruzó la calle, siguió ese "hilo rojo" del que muchos hablan y se detuvo frente a la casa de Sergio.
Bajo la intensa lluvia, dudó de sí misma, pensó que ya era mayor para tales locuras y fue entonces cuando decidió volver a su hogar.

Al mirar a través del cristal de la entrada, Sergio pudo verla bajo la lluvia, parada, dubitativa, intentando protegerse con su paraguas, maltrecho por el viento. La mujer con la que había soñado estaba frente a su casa pero, de pronto, vio como se giraba para retornar el camino. Se había arrepentido. En ese instante, Sergio comprendió que no podía perderla.
Se puso, rápidamente, un viejo jersey que tenía a mano y se lanzó escaleras abajo en busca de María.

Al llegar junto a ella, no hablaron. No fue necesario. Se fundieron en un abrazo y ambos se sintieron aliviados por saber que ya no estarían solos. Desde entonces, María y Sergio disfrutan de su amistad y de esos maravillosos momentos que comparten juntos.

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En la soledad de la noche, el mal tiempo fue el encargado de cambiarlo todo, de juntar dos almas que, quizás en otra época del año, no habrían unido su destino.

Ya lo dice el refrán:
"Al mal tiempo..."

Esteban Rebollos
(Diciembre, 2022)


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